Año 2007, tuve la ocasión de conocer a Pepe Cabrera. Hombre afable y servicial donde los haya. Me traía una gran primicia al Archivo Nazareno de las Torres: por casualidades de la vida conocía a Manolo Cruz, que era ni más ni menos el cabo gastador de la formación que el 18 de abril de 1957 participa por primera vez en la procesión de Jesús Nazareno y que ven en la foto de arriba al frente de aquella primera escuadra. Toda una sorpresa que me hizo estrechar vínculos con Pepe y Manolo, ambos ya fallecidos.
Desde aqui mi agradecimiento y mi oración a NUESTRO PADRE por sus almas y sobre todo por tener la oportunidad de reproducir el artículo de José Cabrera Lobato.
Recientemente, llegaron a mis manos un montón de revistas tituladas NAZARENO DE LAS TORRES; nada más recibirlas, me enfrasqué, con toda la avidez del mundo, en su lectura. Me interesaba todo lo que aparecía en estas publicaciones, sobre todos aquellos artículos y fotografías que hacían referencia a unos tiempos, para mí, muy lejanos, los que se correspondían con mi niñez y los primeros años de la adolescencia. Un torrente de recuerdos afloraron impetuosamente a mi memoria. Allí estaban, en numerosas fotografías, los rostros de muchos perotes que yo identificaba con la Semana Santa de mi pueblo. Sin ellos no se concebía la Semana Santa en Álora y me refiero en primer lugar a Antonio García Bootello, Francisco Pérez Hidalgo, los Morales – aquí entran todos los apellidados Morales- Paco Lucas, por supuesto, y para extendernos más, tendría que hacer mención a medio pueblo. El otro medio era Dolores. En muchos casos, la identificación del personaje fue fácil; en otros, más bien jugaba a adivinar de quién se trataban.
Transcurría plácidamente la década de los años cincuenta, años de mi niñez. Yo vivía en la calle Rosales. Recuerdo estos años como unos de los mejores de mi vida. No sé, me parece que, a pesar de lo dura y difícil que fue esta época para muchas personas, los pequeños no percibíamos claramente la situación. Nuestra mente estaba ocupada con los juegos y los amigos, cosas propias de la edad. Los acontecimientos más importantes del pueblo se limitaban a la feria de agosto-también se celebró en el mes de julio- , la Romería en el mes de septiembre, las Navidades, para mí, las entrañables Navidades que, muy bien, ha descrito brevemente mi amigo Rogelio García Morales en uno de sus artículos en la Revista, con esa pluma fácil y poética que tiene. Y, por último, la Semana Santa, el más grande de los acontecimientos del pueblo. Los pequeños contábamos los días que faltaban para la Semana Santa: Ya están ensayando los tambores y cornetas – un mes antes-, algo parecido a una banda. El sonido a casi todo el pueblo desde el lugar donde ensayaban: por la Plaza Baja o por ahí-. Se anuncian Triduos y Novenas en honor de los Titulares de cada cofradía. Ya han tapado a los Santos en la Iglesia- las imágenes se cubrían con un lienzo-. Ya han sacado los tronos y los están arreglando. Hay que recoger las túnicas. Se abrían los almacenes de las dos Cofradías en el patio anterior de la Iglesia entrando por la calle Bermejo. El intenso olor a cera que desprendían los cirios almacenados y preparados para la procesión, se mezclaban con el, no menos, intenso olor a azahar, propio de la primavera aloreña , algo que se incrusta en tus sentidos y ya no te abandona durante toda la vida.
Por fin estamos en el Jueves Santo. Todo el pueblo se prepara para ver las procesiones. Los niños y los jovencitos, nos tirábamos a la calle bastante antes del anochecer. Nuestro afán era ver que banda de tambores y cornetas llegaba al pueblo para acompañar a las imágenes, y, por supuesto, el desfile que hacían desde la Cancula hasta la Plaza de Abajo. Bueno, realmente, se trataba de una sola banda, la que acompañaría a la Cofradía de Jesús, porque la de Dolores tenía su propia “banda”. Los recursos de esta Cofradía eran muy limitados y no les permitía costear una buena banda de tambores y cornetas. Esta deficiencia estaba cubierta con unas siete cornetas y tres o cuatro tambores, comprados por la Hermandad, con los que se formaría lo que parecía ser una mini-banda. Tocaban los instrumentos personas del pueblo, ya maduritas, que durante el servivio militar, habían tocado en las bandas militares. Yo creo que una mayoría lo había hecho en la Legión . Hubo una excepción, la de mi amigo Antonio Hierrezuelo, un niño en aquellos años. Sus padres, que procedían de Málaga, se instalaron en este pueblo. Antonio había tocado el tambor en una banda juvenil de Málaga y demostró tener una gran habilidad para hacer los redobles, o lo que yo pensaba que era el Cabo-tambor.
Y llegamos a 1957. Trece años recién cumplidos tenía yo, todavía un niño, año que quedó grabado en mi memoria y que cambió radicalmente la brillantez y el boato de nuestra Semana Santa : Llegaron los paracaidistas.
Como de costumbre, los niños y jovenzuelos nos acercábamos a la Cancula, con tiempo suficiente para no perdernos el desfile, a ver que banda viene este año. Por supuesto, la inmensa mayoría del pueblo desconocía las novedades que las Cofradías iban a introducir en el desfile procesional para impresionar al público y aventajar a la Cofradía “rival”. Andaría yo a la altura del bar de Bernabé, cuando veo un numeroso grupo de soldados, desconocidos para mí y para todo el pueblo, hasta aquellos momentos, que, con gran rapidez y a golpe de corneta, forman marcialmente delante del antiguo cine de verano, y, sin más preámbulos, inician el desfile hacia el centro del pueblo. Precede a la formación una escuadra de gastadores, con el fusil Máuser colgado del correaje al hombro y a la boca del cañón hacia el suelo, lo que se conocía como el arma a la funerala, en señal de duelo por la muerte del Señor. Ha sido la única vez que he visto desfilar a los paracaidistas con el arma a la funerala, por lo menos hasta el Jueves Santo.
El desfile es trepidante, el paso muy rápido -luego supe que era el paso legionario, pues los primeros paracaidistas procedían de la Legión y conservaron, durante un tiempo, este paso-. No tengo tiempo para fijarme bien en sus uniformes, elegantes, vistosos, con aquella boina negra, su banderín, y las armas. Todo aquello nos fascinaba, a los pequeños y… a los mayores, que no digan que estaban de vuelta de estas cosas. No hay nada más que observar las fotografías de aquellos años. Todo el pueblo apelotonado alrededor de los “paracas”. El sonido de los tambores hizo que la gente saliera rápidamente de sus casas para ver aquella banda que tocaba a las mil maravillas. Yo seguí el desfile como pude, casi paralelo, corriendo, igual que todos los chiquillos y tuve tiempo de llegar a la altura del bar de la Balita, donde los gastadores se cruzan entre ellos, mientras el Cabo gastador, que va el primero, hace un giro de 360 grados que, a aquella velocidad endiablada, nos deja boquiabiertos, pero…¡Anda!¡Si el Cabo gastador es el hijo del Capataz de Vías y Obras de la RENFE! ¡Un perote! ¡El primer paracaidista que ha entrado desfilando en el pueblo es un perote! Manolo Cruz, que así se llama, pues aún vive, era un armario. ¡Qué tio más grande! Ya ves si es grande que, más tarde, le apodan “El Viga”, por aquello de su corpulencia.
La Cofradía de Jesús le había metido un gol por toda la escuadra a la de Dolores. A ver quien superaba aquello. Y los chiquillos -y no chiquillos- uno a otros ¿Y ahora qué? ¿Quién es mejor? ¿ Jesús o Dolores? Claro, eso ha sido por el Comandante Zamudio que es quien ha traído a los paracaidistas. Ya se sabe, cada uno hacía sus propias conjeturas.
Naturalmente, Dolores tuvo que despabilar para mejorar también su desfile procesional, y consiguió traer a la banda de cornetas y tambores del Real Cuerpo de Bomberos de Málaga, una magnífica banda, pero solo para la “Despedía” que, durante unos años, acudía inexorablemente a esta cita. Mas tarde fue la Legión para igualar, en lo posible, a Jesús.
Ocho años después, en 1965, andaba yo en el apeadero de Los Remedios, entre Cártama y Campanillas, como militar en prácticas de la RENFE, cubriendo el puesto de Factor de Circulación, último ciclo de las prácticas. Seis meses permanecí en aquel puesto, bastante cómodo por cierto, y por allí aparecía, de vez en cuando, Manolo Cruz, que ya trabajaba, creo de peón de Vías y Obras, en la RENFE. Me contaba una y mil historias de sus andanzas en el Ejército. Se unía a la tertulia un Guarda Jurado, rural, de aquellos tiempos, que estuvo alistado en la Legión Extranjera francesa. Ya se sabe, la Guerra Civil española, la gente que va huyendo de una ciudad a otra, y cuando viene a darse cuenta, está en Francia. Es un mozalbete de 17 o 18 años, y la mejor salida que encuentra es alistarse en la Legión Extranjera. Indochina y después Francia en plena Segunda Guerra Mundial, fueron los escenarios de sus batallas, pero batallas reales. De aquellos años se trajo, como recuerdo, unas heridas profundas en las piernas, causadas por una ráfaga de ametralladora, que le dejó una cojera permanente. Nuestro paracaidista no le iba a la zaga. A él le tocó Sidi Ifni y también las pasó moradas.
Contaba Manolo que, a ellos –los paracaidistas– los arrojaron en paracaídas en zona enemiga y, mientras bajaban, los moros les tiroteaban, por los que las bajas que sufrieron fueron numerosas. Se defendían como podían mientras no paraban de retroceder hacia sus propias líneas. Decía que él se tiró corriendo más de treinta kilómetros. Se quedó sin munición y fue abandonado todo el equipo mientras trataba de alcanzar su base, igual que sus compañeros. Él portaba un subfusil que también abandonó, quitándole el cerrojo para inutilizar el arma, según las instrucciones que tenían para estos casos extremos. Cuando llegó a su base, presentaba un par de heridas menores causadas por sendos disparos que solo le rozaron. Los pies en carne viva, sin calzado. En fin un desastre. El médico que le atendió, un Capitán, le preguntaba:
–Vamos a ver. ¿Tu por qué corrías?
-¿Que por qué corría? ¡Pues, porque no podía volar! Le responde Manolo.
Después de aquellos episodios, lo enviaron a la Península junto a siete compañeros, Cabos, igual que él, porque les habían ascendido a Cabo 1º y tenían que hacer el curso correspondiente. En realidad, decía Manolo, eran paracaidistas veteranos del primer curso, y estaban un poco enchufados, o considerados por el mando.
Todo esto me ha venido a la memoria después de leer las revistas y los dos libros de la Hermandad. Es indudable que, la Semana Santa aloreña, no se concibe sin la presencia de los paracas. Pues bien, me ha extrañado que la Cofradía no haya hecho mención de Manolo Cruz, el primer paraca desfilando en el pueblo, Cabo gastador, para más señas, “El Viga”. Es muy posible que lo ignoren.
Antes de escribir estas líneas, me he preocupado por corroborar la historia, no sea que la memoria me jugase una mala pasada, y he conseguido localizar a Manolo Cruz a través de algún ferroviario amigo y, en otro caso, familiar mío. Di con él y le llamé por teléfono. Se alegró de oírme, aún me recordaba, sobre todo por la figura de mi padre, ferroviario también. Me corroboró toda la historia y algo más. Pertenece al primer curso de paracaidista y fue, no solo el primer perote, sino el primer malagueño que formó parte de aquella Unidad embrionaria de lo que hoy es la Brigada Paracaidista.
José Cabrera Lobato