25 abril, 2024
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No se haga mi voluntad sino la tuya

Llegado a la que sabía la última etapa de su vida terrena, en el momento en que asume que su destino es el sacrificio radical, el sacrificio de la propia vida, en este momento de encrucijada, Jesús se retira al huerto de los olivos (Getsemaní, lugar del aceite en la lengua hebrea) y se pone en comunicación con el Padre, es decir, se pone en oración.

En realidad, este es el preciso momento en que empieza la pasión, que la tradición de la Semana Santa, desde hace siglos, recrea en su liturgia, rituales e imágenes. Existe antes la entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de un pollino, pero esta entrañable escena es como una especie de preámbulo, una antesala del verdadero drama del  la pasión, que comienza con la oración del huerto.

Pero imaginemos la escena y tratemos de comprenderla. Jesús se retira a orar.

Primero: se retira. Busca un lugar solitario y se aparta de los que le acompañan, el grupo de los apóstoles. Es un hombre entre los hombres, un hombre en el mundo y así ha vivido más de tres décadas; y, sin embargo, necesita  buscar su ámbito de soledad, su oasis de silencio.

La vida humana es una continua y nunca resuelta dialéctica entre soledad y comunicación; un abrirse a los demás y sondear el abismo del propio yo. Así lo ha concebido siempre la  tradición cristiana y los santos se caracterizan por ser a la vez (y sin contradicción) hombres de acción y seres dotados de una profunda vida interior.

Dinamismo, diálogo, trato con los demás, pero a la hora de la verdad el drama de la vida se representa como un monólogo. A la hora de mirar los ojos a la esfinge, el hombre mira a su alrededor y comprueba  que está solo.(…)

Soledad, pero una soledad que se abre  al otro, al absolutamente otro. Un túnel que, al final, encuentra una luz que significa esperanza. (…)

En este escenario en que Jesús monologa, aparece un nuevo personaje que cambia el sentido de la trama: la oración. El monólogo se convierte en diálogo. El hombre se abre a la trascendencia de un ser supremo que, siendo supremo e infinito, sin embargo, está ahí, alcance de la mano, para que establezcamos con él una comunicación en la que expresemos nuestros problemas, pidamos lo que necesitamos y, en suma, contemplemos a Aquel que nos crea y da sentido a nuestra existencia.

Tenemos ya dos elementos de esta trama: la soledad y la oración.

Falta un tercero que dudo cómo llamar. Los tres evangelios sinópticos repiten una misma frase, con pocas variaciones: “No se haga mi voluntad sino la tuya”. Aquí está el tercer elemento del  drama de Getsemaní. Llamarlo resignación me parece que es empobrecerlo. Tampoco es la aceptación de la desgracia de los antiguos estoicos que, en el dominio de las pasiones veían la única posibilidad de felicidad. No es la actitud pasiva de aceptar lo inevitable. Dice el beato Josemaría Escrivá; “no sólo aceptar, sino querer la  voluntad de Dios”. Amar la voluntad de Dios significa hacer un acto supremo de confianza, ponernos en sus manos confiados en que sus designios, que van más allá que los nuestros, aunque aparentemente puedan parecer adversos. nos llevarán por el mejor camino. Aceptar Su voluntad es confiar y creer más allá de la experiencia del momento, más allá de las expectativas humanas que esperan el premio o el castigo:

Soledad, oración, aceptación de la voluntad del Padre. Estos son los tres trazos que dibujan y concluyen esta escena de la Oración del Huerto.

Otras escenas de la vida de Cristo reflejan aspectos más amables o risueños.  Pero la escena del Huerto refleja ese nudo dramático que se ata en el interior de cada uno; esa coyuntura a la que, antes o después estamos abocados por nuestro carácter de seres imperfectos y limitados. Cristo, que es Dios y, por tanto, libre de cualquier imperfección, asume también esta limitación para asumir nuestra humanidad entera y, así, redimirla. Este es el misterio supremo de la Encarnación que, en la Oración del Huerto es más palpable y visible que ningún otro momento porque en ningún otro momento su humanidad aparece más desnuda.

Esta escena, como todo el misterio de la pasión de Cristo, se transmite a través del tiempo por la tradición de la Iglesia y por el arte en sus distintas manifestaciones. Las cofradías y hermandades son también un medio (yo diría que un medio privilegiado) de poner en medio de los hombres, de dramatizar y actualizar esta historia de dolor, muerte, resurrección y alegría que cambió la vida de la humanidad y abrió al hombre una perspectiva de salvación y plenitud, desconocida hasta ese momento.  Lo que hoy celebramos y recordamos aquí es el nudo de ese misterio, el momento clave en que Cristo toca el fondo de su propia humanidad (…)

En este caso, dicho al modo cervantino,  el misterio más alto  que, “vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”: el misterio de Dios hecho hombre, descendido hasta el fondo de nuestra condición sufriente y menesterosa, pero abierto a la trascendencia del Padre y apoyado en una confianza  incondicional en su providencia, en su voluntad que mueve los hilos del universo y de la historia humana, que traza la órbita de los astros y cuenta cada latido del corazón humano, que llena con su música callada la soledad sonora de Getsemaní, de cualquier Getsemaní: del de Cristo o del de cualquiera de nosotros.

Cristo orando el Huerto, guía nuestro camino de cristianos y cofrades.

Virgen de la Paz, ruega por nosotros.

         Tomás Salas Fernández

Foto cabezera: J.Antúnez 

Interiores: Francisco José Rosas Bellido, Adrián Perez, Francisca Jimenez y Archivo de la Hermandad

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