Ya es lunes veinticuatro, prácticamente todos los peregrinos nos hemos adaptado rápido a la hora del toque de diana –05.30 o 06.00-. Normalmente a las ocho todos montados en el bus, esta vez dirección al sitio donde se producen la multiplicación de los panes y los peces, el entorno de hoy nos lleva a bordear el mar de Galilea donde se va a producir uno de los momentos más intensos de estos días.
No olvidamos que en este lugar Jesús calma las tormentas, convence a los apóstoles de sus dudas, confirma a Pedro como su sucesor y por encima de todo nos trasmite ya Resucitado aquel mensaje que Juan Pablo II nos repitió tantas veces: “No tengáis miedo, abrid las puertas a Cristo”.
Es muy complicado escribir lo que se siente en la hora escasa en la que todo el grupo se monta en una barcaza por el gran lago; probablemente, es cuando nos sentimos con más similitudes a aquellos primeros apóstoles. Es junto a la Vía dolorosa los instantes que nunca olvidarás por muchos sitios del mundo que descubras.
Este momento te ayuda a relativizar las enfermedades del cuerpo y del alma o cualquier tormenta de las que no ha tocado vivir tanto a nivel particular como a nivel de Hermandad.
Después del izado de la bandera de España y la reflexión del sacerdote, que dejaré para la última de estas pequeñas crónicas, se me ocurrió que era el momento de escuchar y entonar el “himno a Jesús de las Torres” y el pasodoble “Álora”.
La selección de vídeos está cargada de emotividad:
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Las fotos van con el recordatorio histórico de los momentos:
Milagro de los panes y los peces. Ver fotos
La multiplicación de los panes y los peces es uno de los milagros de Jesús quien, con una pequeñísima cantidad de alimento, fue capaz de dar de comer a toda una multitud.
El suceso está contado seis veces en los Evangelios: los cuatro evangelistas describen la primera, en que cinco mil hombres son saciados con cinco panes y dos peces; Mateo el Apóstol y Marcos, además relatan la segunda en que cuatro mil hombres se alimentan de siete panes y «unos pocos pescados».
Este milagro tiene fuertes signos mesiánicos, proféticos y litúrgicos; al igual que el episodio del camino hacia Emaús.
En Tabgha, en la ribera del Mar de Galilea, está la iglesia de piedra de la Primacía de Pedro construida por los franciscanos en 1933. La entrada está bordeada de abundante vegetación. En el patio hay un mosaico de Juan Pablo II, una escultura de Jesús y Pedro, y una estatua de Pedro. Dentro de la iglesia hay una gran roca que la tradición señala como el lugar en que los discípulos desayunaron pescados con Jesús, luego de su resurrección. La roca es llamada Mensa Christi o mesa de Cristo. Allí Jesús dio a Pedro el mandato: Apacienta mis ovejas. 
El lago tiene 21 km de largo por casi 9 km de ancho, llega a 50 m de profundidad y cubre una superficie de unos 165 km cuadrados. Pero el mar de Galilea es mucho más que ello. En un país tan árido, el lago de agua dulce crea una frondosa vegetación, es un deleite para la vista y el alma y, por medio de los cultivos intensivos que permite realizar, nutre también el cuerpo. El lago se encuentra en una depresión creada por un sismo. Esos mismos movimientos de tierra dieron lugar a la emergencia de manantiales sulfurosos alrededor de su ribera, a los que han acudido los enfermos desde la antigüedad para curar sus dolencias.
Jesús estuvo la mayor parte de su ministerio de tres años en ciudades y aldeas alrededor del Mar de Galilea. Algunos estudiosos, al señalar el gran número de enfermos que fueron a Jesús para curarse, estiman que inicialmente habrían llegado a esos parajes para buscar remedio en esas termas.
Continuará…
Foto portada: Ildefonso Mayorga.
