“Sentir
que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada,
que febril la mirada,
errante en las sombras,
te busca y te nombra.”
Así, tal cual cantaba Gardel, recordaba hace veinte años los inicios de la revista de la Hermandad. Y como la vida es una suma de soplos, sin darnos cuenta, nos hemos plantado en el segundo.
Han pasado entonces cuarenta años desde que vi cómo se unieron todas las lunas nuevas y, con ellas, nació y creció la Revista de la Hermandad. Afortunadamente, hoy sigue su andadura, con una luz diferente a la de entonces, aunque con el poso que solo dan los años vividos.
Cuarenta años ya desde aquel enero de 1985, cuando lo que hoy es una publicación consolidada era apenas un soplo de ilusión, una necesidad interior, una llamada. Y con la perspectiva que da el tiempo, no puedo sino volver la mirada atrás y repasar todo cuanto se vivió, cuanto se escribió y se compartió en aquellas páginas: primero en las del boletín, sencillo y artesanal, y más tarde en las de nuestra revista, que fue creciendo con nosotros, con la Hermandad y con el pueblo entero.
No me cabe más que sentirme enormemente satisfecho. Pusimos un matiz cultural y de difusión hasta entonces inédito en la Hermandad y en el mundo cofrade de Álora. No esperábamos la llegada de la Cuaresma ni las fechas señaladas para reunirnos. Creamos un vínculo nuevo entre los hermanos, un lazo fuera del calendario, forjado con letras, fotografías, entrevistas, memoria y cariño. Porque esa era nuestra intención: contar, compartir, reunirnos en torno al Señor de las Torres también desde la palabra escrita, también desde la cultura local.
El periodismo, esa vocación frustrada que siempre me acompañó, fue abriéndose paso, grano a grano, año tras año, como un surco constante en mi camino. Y aquella necesidad de contar, de narrar, de conservar, fue llenando páginas y más páginas. A golpe de horas, semanas y meses entregados a este rincón tan especial de nuestra Hermandad, fui modelando ese sueño con forma de tinta y papel.
Vicente Morales, nuestro hermano mayor, siempre fue un faro de aliento: “Sois el presente y el futuro de la cofradía”, nos decía con su firmeza y su sabiduría, transmitiéndonos la confianza de que nuestro trabajo tenía un propósito mucho mayor que el de simplemente hacer una publicación.
Mi querido padre, siempre reservado a la hora de expresar sus sentimientos con éxitos de sus hijos; demostraba su orgullo en silencio, con esa mirada de satisfacción que nunca olvido y que cada día me aporta pasión por vivir cada minuto como si fuera el último.
Lo dicho, recordar es volver a vivir en un aniversario casi desapercibido, arrastrado por las idas y venidas de una Cuaresma que hoy vivimos de forma tan diferente a aquellas que nos vieron nacer. Cuaresmas de ayer, llenas de otro ritmo, de otra calma, que parecen lejanas en esta vorágine de tiempos tan acelerados y mediáticos.
Acudo, entonces, a la música de Gardel, como una vuelta al principio, al alma que lo sostiene todo.
Y aunque el olvido
Que todo destruye
Haya matado mi vieja ilusión
Guardo escondida
Una esperanza humilde
Que es toda la fortuna
De mi corazón