«El Señor de las Torres… yo sentía que era uno más de mi familia”. Así lo escribe Marisa Segura, y así lo sentíamos muchos de los que tuvimos el privilegio de vivir la hermandad durante décadas con esa filosofía de vida.
Una hermandad que, con más pena que gloria, iba recuperándose poco a poco de momentos traumáticos, incluyendo aquellos que incluso la llevaron a suspender salidas procesionales a finales de los años sesenta. En ese tiempo de reconstrucción, entre tantas personalidades que marcaron época, destaca como un diamante en bruto la figura de Conchi Vila.
Era y es, portento de alegría y generosidad, con una sobrenatural energía positiva que enganchaba —y sigue enganchando— ante cualquier conrtrariedad, por grande que fuera. Su luz, su entrega y su amor por la hermandad la llevaron a convertirse, en la junta de gobierno presidida por mi padre en 1995, en la primera mujer en ostentar el cargo de Teniente Hermana Mayor.
Mi querido padre, ideólogo de aquella iniciativa, vio en Conchi no sólo las dotes que ya nos tenía acostumbrados, sino algo más profundo: ella, como dice Marisa, y como tantos otros, mirábamos al Señor de las Torres como a uno más de nuestra familia. Su dedicación, plenamente altruista, la convirtió entonces en alguien muy especial para la hermandad y, me atrevería a decir, para todo el pueblo de Álora.
En lo personal, es un orgullo para mí quererla a rabiar desde pequeño y comprobar que también mis hijos ven representados en Conchi la alegría, el entusiasmo, la fidelidad, el compromiso y el saber estar que tanta falta hacen en cualquier ámbito en los que nos movamos, especialmente en estos tiempos tan complejos.
Gracias, Conchi, por ser luz, historia y familia.