6 diciembre, 2024
Inicio A los pies del Nazareno Bripac Multitudinaria acogida de la Jura Civil promovida por la Archicofradía Nazareno de las Torres

Multitudinaria acogida de la Jura Civil promovida por la Archicofradía Nazareno de las Torres

Basta poner un pie en Álora y desparramar un poco la vista y la memoria por sus rincones, para caer en la cuenta de que los lazos de unión existentes entre la Hermandad del Dulce Nombre de Nuestro Padre Jesús Nazareno de las Torres y la Brigada Paracaidista son ya indefectibles, porque están templados en muchos años de amistad, cariño y respeto, y están sostenidos por dos pilares fundamentales: la fe católica y el amor a España.

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Ese vínculo, que se remonta al año 1957, se ha convertido en una tradición que todos estamos obligados a mantener, porque es la mejor prueba de la solidez de nuestra relación y porque nadie podría entender la Semana Santa aloreña sin los paracaidistas, como nadie entendería hoy a la BRIPAC sin su hermanamiento con esta cofradía que tanto admiramos y queremos.

Esa tradición, llena de detalles, provoca cada año nuestra emoción y da forma a nuestros sentimientos. Porque en esta sociedad tan desordenada y donde todo ocurre tan rápidamente, el afán de cada día y la vorágine con la que se suceden los acontecimientos nos hacen perder las referencias y olvidar que los detalles tienen mucha importancia en la vida. Tanta que, en muchas ocasiones, podríamos decir que constituyen la esencia misma de algunos de los principios que siempre hemos considerado primordiales.

Sobre la base de esos detalles se han consolidado nuestros sentimientos, han tomado forma nuestras tradiciones y han encontrado hueco en nuestros corazones y en nuestra memoria esos valores que siempre se han considerado fundamentales y que han permitido, junto a nuestras raíces cristianas, que los españoles disfrutemos de esos bienes supremos indispensables para nuestra convivencia y desarrollo -justicia, libertad, igualdad y soberanía-. Por eso es tan importante el patriotismo y abrir nuestro corazón a tan nobles emociones. Porque sin valores, sin creencias, si el alma está helada, si el espíritu no se conmueve ante estos sentimientos, jamás podrá comprenderse lo que es España y lo que la bandera representa.

España es mucho más que un espacio geográfico; España es una gran nación; un lugar abierto, diverso y dinámico que tiene identidad propia y una historia envidiable. Pero, sobre todo, España es una empresa común, unos principios y unos valores. Es un ideal y la garantía de nuestra libertad. Por eso vale la pena creer en nuestra nación y poder así apreciar el orgullo de ser español.

Como hicieron tantos perotes el pasado mes de marzo cuando depositaron su beso sobre el más representativo de nuestros símbolos, sobre nuestra bandera nacional. Ésa que encierra entre sus pliegues un sueño; un sueño de justicia, de libertad, de seguridad y de progreso. Un sueño para promover el bien de cuantos integran la nación española. Un sueño que regalar a nuestros hijos, como han hecho nuestros padres y como hicieron antaño tantos y tantos españoles al darlo todo por ella para que hoy nosotros podamos decir que somos españoles, que España es nuestra patria.

La bandera no es un paño de determinadas dimensiones y colores, no es una insignia política, no entiende de ideologías, es más que un distintivo nacional; la bandera es el emblema de la patria, es la representación material del estado. En nuestra bandera están encarnadas las tradiciones gloriosas de nuestro pueblo. Mirándola recordamos hazañas heroicas, esfuerzos inauditos por nuestra independencia y episodios grandiosos de gloria y de esplendor.

La bandera nacional resume toda nuestra vida; porque, por uno de esos fenómenos morales para los que el análisis  resulta impotente, esa bandera que besasteis ese día nos muestra al mismo tiempo el pedazo de tierra en el que por primera vez admiramos la grandeza de la Providencia, nuestra casa, a nuestros antepasados y a toda la familia; recuerda el lugar donde se nos educó, los cánticos de nuestras regiones, nuestra lengua materna, nos hace aspirar el olor de nuestros campos y nos trae a la memoria el lugar de nuestros juegos de la niñez.

Es el recuerdo vivo de los infortunios, de la alegría, de nuestras creencias, de las costumbres, de las artes, de las tradiciones y de las leyes. Esa bandera abraza a todo a la vez, desde el hogar familiar hasta la cruz bajo la que reposan nuestros abuelos.

El patriotismo es el impulso que puede hacer grande y fuerte a un pueblo. Pero el patriota debe serlo de verdad, con desinterés y abnegación. La patriotería no es necesaria, no nos interesa, lo que hace falta son españoles dispuestos a sacrificarse por su país sea cual sea su ideología o religión, españoles que no hagan proclamar sus proezas. Porque el patriotismo siempre ha existido; si adormecido en ocasiones, en cambio ha bastado el más ligero soplo para que el español se haya mostrado arrogante, enérgico y dispuesto a ceder su fortuna, su vida y todo para salvar a su patria. Éste es el misterioso efecto de la palabra de honor que se empeña durante el juramento. Por eso el amor a España -el patriotismo- es algo que se siente mejor que se explica.

Señor de las Torres, que Tu manto acoja a los miembros de Tu Hermandad, a todos los perotes y a los paracaidistas, protégeles y dales fuerzas para que, siendo mejores cristianos, puedan ser también mejores españoles.

 

Sevilla, 24 de mayo de 2018.

Juan Gómez de Salazar Mínguez.

Teniente General Jefe de la Fuerza Terrestre.

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