8 mayo, 2024
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XVI Pregón de la Semana Santa de Álora (2002)

                   PREGÓN DE LA SEMANA SANTA DE ÁLORA DE 2002

 

PREGONERO: D.ANTONIO VERGARA BORREGO

De parte de la Cofradía del Huerto: ¡que la Semana Santa se halla a la vuelta de la esquina!

Autoridades, cofrades, señoras y señores:

Es muy probable que a muchos de ustedes les ocurra lo que a mí: que, no teniendo ni habiendo tenido nunca que saldar cuentas con nadie, se halle entrampado hasta el cuello, se halle en la obligación de tener que liquidar innumerables deudas de amor. Les digo esto porque yo vengo esta noche, de casi primavera, a saldar una hermosa y viejísima cuenta de amor (aunque el verbo correcto no sería saldar sino corresponder).

Vengo porque, a pesar de que yo pronunciara ya el Pregón de la Semana Santa de Álora, exactamente el día 3 de Abril de 1.982, cuando aún no se había establecido la costumbre de hacerlo de forma oficial, hubo una Cofradía que, desde el primer momento de dicha institucionalización, estaba empeñada en que servidor de ustedes se erigiera en pregonero. ¡Pues me va a oír, porque amor con Pregón se paga! Y porque así me lo ha pedido su actual Hermano Mayor Francisco Fernández, a quien, finalmente, dije que sí.

Los hay que en este gozoso y, al mismo tiempo, doloroso trance recurren a una advocación determinada; yo solicito la intercesión de toda la corte celestial. Y por aquello de que “nobleza obliga” quisiera—antes de entrar en faena—manifestarles mi reconocimiento a cuantos, desde esta misma tribuna, elevaron mis versos a la categoría de pregón, como es el caso de Felipe García, que se sirvió de ellos de forma más que generosa, y de Antonio Chamizo, que lo hiciera de forma generosísima.

A Fernando Vera le ha correspondido presentar al pregonero de la Semana Santa de Álora del año 2002 por la sencilla razón de haberlo sido él en el 2001. No obstante, no se ha limitado a cumplir un mero trámite, sino que “de la abundancia de su corazón, ha hablado su boca”. Y, además, con énfasis, con documentación y con gran elocuencia, como en él es habitual. ¡Muchas gracias, Fernando!

Yo, también, aprovechando esta coyuntura que nos depara el destino, te deseo que sigas escribiendo muchas páginas con letras de oro para gloria y esplendor de la Semana Santa pizarreña.
¡Quién me iba a decir a mí que yo iba tener la suerte de ser presentado esta noche por un hijo de mi buen amigo José Vera Reyes! Por la presentación tan hermosa que me has hecho, vuelvo a darte las gracias.

Si hay que dedicar el Pregón, ¡eso está hecho!
De forma general: A cuantos engrandecieron nuestra Semana Santa.
De forma especial: A todos ustedes, que les dan categoría y solemnidad a este acto.
Y de forma especialísima: A ti, Francisco Fernández Díaz, que trabajas como a mí me gusta: poniendo toda la carne en el asador y sin que sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha.

¡EA, VA POR USTEDES!

Yo diría, queridos oyentes, que no hay una sola Álora sino muchas; o, si lo prefieren con otras palabras, que Álora es algo así como un poliedro de varias caras.

Pues: cuando la naftalina comienza a despertar de su profundo letargo, cuando las trompetas del Corucho y del Perdío se aprestan a desmelenarse en agridulces ecos desde el balcón de la gloria, y cuando se empiezan a contar los días más con el corazón que con los relojes…, es señal inequívoca de que ese poliedro multicolor nos va a mostrar una de sus caras más singulares: la procesionista.

Pero sólo con pronunciar esta palabra, surge el eterno dilema: ¿Procesiones sí, o procesiones no?

Sí a los desfiles procesionales porque, como afirmaba Santo Tomás de Aquino: “el movimiento que se dirige a la imagen en cuanto tal, no se detiene en ella, sino que tiende a la realidad de la que ella es imagen”.

Sí porque, como sentenció Miguel de Unamuno, “no hay mayor filosofía que un “Miserere” cantado sinceramente por todo un pueblo arrepentido”.

Sí porque, como dejaba patente nuestro paisano Tomás Salas Fernández en un artículo, “las hermandades y cofradías representan una parte viva de la Iglesia y tienen una raíz histórica y una implantación social indiscutibles”.

Sí porque, como expone el actual Hermano Mayor de Dolores, Diego Trujillo: “En un noventa y tanto por ciento tiene de auténtica manifestación POPULAR de fe, y pongo popular con mayúscula porque he visto a personas jóvenes o mayores, que a lo mejor, por lo que sea, no frecuentan con bastante asiduidad la iglesia, con dos lagrimones la cara abajo delante del trono de su Cristo o Virgen, y eso es así porque hay fe”.

Sí porque, como afirmaba el Cardenal Marcelo Spínola, “una buena procesión es una gran catequesis”.
Y SÍ (si me permiten alguna frase mía) porque éstas, las procesiones, no constituyen piedra de escándalo absolutamente para nadie y, por el contrario, pueden erigirse — y de hecho se han erigido una y mil veces — en punto de arranque o kilómetro cero de la conversión de muchos.

Les invito, pues, a que, a través de calles, plazas y plazuelas, representemos, entre todos, la Pasión según Álora.
“Jesús a su entrada en Jerusalén”, la Pollinica o simplemente la Burrita es la hermosa herencia que nos legaron Manuel Lomeña y José Alcalá.

La talla del granadino José Martín Simón inició sus desfiles procesionales en Málaga capital, pero estaba escrito — no sé si por encima o por debajo de las estrellas — que terminaría siendo Burrita de adopción de Álora. Aquí tendría por establo un convento franciscano, por manjar un rico cóctel de amores, por su propia representatividad las llaves para abrir nuestra Semana Santa, y, por aquello de que “el Domingo de Ramos / el que no estrena ná / no tiene manos”, una nueva generación de sonrisas infantiles para estrenar cada año por las recoletas, tortuosas y románticas calles de Álora. La Burrita es la procesión de todos porque en ella no sólo van los niños / niños sino también aquel niño que cada uno de nosotros seguimos llevando dentro.

… Pero ya se sabe aquello de que la alegría en casa del pobre dura poco. Y Jesús es tan pobre que, por no tener, no tiene ni donde reclinar la cabeza.

Los vítores han de convertirse en improperios, las palmas en lanzas, y los parabienes en besos de fría plata.
Ya se alejan “Jesús a su entrada en Jerusalén” y María Santísima del Amparo Auxiliadora bajo la mirada atenta de su Hermano Mayor Francisco Galán.

Cuando el Domingo de Ramos se hace noche cerrada y los cielos se convierten en infinito dosel festoneado de estrellas, el HUERTO nos sobrecoge metiéndonos el alma en un puño, entre olores de cera y temblores de cirios. El HUERTO, que es belleza imaginera y larga cadena de amores.

La belleza de la talla de todo un Álvarez Duarte, cuyas manos de artista obraron el milagro de que aquel Getsemaní de hace dos milenios no sólo cobre vigencia cada primavera a través de las calles de Álora, sino que, además, lo haga en olor de multitudes.
Y larga cadena de amores cuyo primer eslabón corresponde a Don Juan Pérez-Lanzac Rodríguez que, al frente de un grupo de artesanos, fundó la Cofradía en 1.952; el segundo eslabón lo puso el recordado y bien amado Juan Hidalgo, quien, por su largo y fructífero mandato, significó la verdadera consolidación de la Cofradía; tras su muerte, es su propio hijo Antonio Hidalgo el que escribe una importantísima página en el historial de la Hermandad al sustituir el primitivo grupo escultórico por el ya citado del sevillano Álvarez Duarte; completan los eslabones Antonio Gutiérrez y Francisco Fernández, que también hicieron por la Hermandad todo lo que pudieron y que, desde luego, ¡no fue poco!

Y, así, hoy, la Cofradía cuenta con capilla propia y se halla entronizada, dentro del contexto de la Semana Santa aloreña, como una de las de mayor predicamento, raigambre y valor artístico.

Pero el mayor simbolismo del misterio del HUERTO radica en ese cáliz ahíto de amargura en donde se hallan, hasta hacerlo rebosar: la envidia de Caín traducida en el crimen de su hermano, la traición de Judas Iscariote, las tres negaciones del mismísimo Pedro, la cobardía de Pilatos, y todas las maldades protagonizadas por el hombre en este bien llamado “valle de lágrimas” y que, desgraciadamente, son tan numerosas como las estrellas del cielo o las arenas de la mar.

Como diríamos por estos pagos en lenguaje coloquial, “el cáliz tiene mandanga”. Tanta mandanga, tanta amargura, tanto acíbar, que es el mismo Jesús el que, bañado en un sudor como de sangre, llega a exclamar en el cénit del paroxismo: “Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad sino la tuya”.
Y no fue posible…

EL HUERTO DE LOS OLIVOS

¡Ay, qué cáliz de amargura
en noche de desatinos
tuvo que apurar un Hombre,
mitad bronce, mitad lirio,
en la mayor ignominia
que conocieran los siglos!
¡Ay, qué espiral de agonía
deserciones y suplicios!
Comienza aquí el primer acto
de un drama jamás vivido.
Comienza la Redención
que el Padre había prometido
a raíz del desacato:
salvar al hombre caído,
y abrirle de par en par
las puertas del Paraíso.
¡Pero cuánta desventura
hasta darlo por cumplido!

Cuando se cierne la noche
como espada en desafío
sobre sus copas insomnes,
el Huerto de los Olivos
revive, sin pretenderlo,
aquel viejo deicidio.
Como si volviera el Hombre,
mitad bronce, mitad lirio,
rememora, gime y siente
agudos escalofríos,
aunque sepa que del crimen
han pasado veinte siglos.

El Jueves Santo, Jesús y Dolores son columna vertebral, locura y enfermedad.

Columna vertebral de la Semana Santa aloreña, no solamente por ser los dos personajes fundamentales de la Pasión, sino por las hondas raíces sobre las que se cimentan su riquísimo historial y su enorme poder de convocatoria.

Para darse cuenta de que son locura colectiva no hay más que abrir bien los ojos y los oídos. Una parafernalia de vivas, de olés, de suspiros incontenidos y de emociones a raudales, convierten a sendas imágenes en una auténtica locura colectiva. Eso sí, en la más hermosa de todas las locuras que existen, que es la locura de amor.

Y para demostrarles que Jesús y Dolores son enfermedad y, además, tremendamente contagiosa e incurable, recurriré a una anécdota, tan real, que incluso hasta es posible que algunos de ustedes formen parte de aquellos que la protagonizaron:

Tal es el tirón que en Álora tienen estas dos imágenes que, al aproximarse la Semana Santa, en el cuartel madrileño donde prestaba sus servicios el Teniente Coronel Zamudio, comenzaban a recibirse infinidad de telegramas, expresando todos ellos el mismo motivo: que la madre de alguno de los muchos voluntarios que allí marcaban el paso a las órdenes del prestigioso militar paisano, se hallaba enferma. Eran tantos, que un día, extrañado, le preguntó el Coronel al Teniente Coronel: ¿ Zamudio, qué epidemia es la que hay en su pueblo, que todas las madres de los soldados están enfermas? A lo que el aloreño contestó con la gracia y el desparpajo que le caracterizaban: ¡JESÚS Y DOLORES, MI CORONEL!
¡Pero silencio, que irrumpe, desgarrador, el canto de la saeta!
¡Ay, si volvieran del “más allá” para interpretarla, Manolo “El Albulaguero” (el que llevaba el corazón en la mano las veinticuatro horas del día), y El Nino (chiquito pero “jondito”), y el Perdío (al que todos sabían dónde encontrarlo), y Pedro Cordero (el estudioso de flamenco), y Juanillo “El de la Cruz” (el que no fue excelente profesional por la sencilla razón de que no le dio la real gana), y Antonio “El Divino” (el pregón elevado a su máxima expresión), y Pedro Polvarea (¡qué “polvarea” de arte!).

A pesar de tan notables ausencias, eso de que aquí la saeta tiene los días contados no se lo cree ni el mismo que lo inventó. Y si por mor del demonio, que también anda suelto por estas fechas haciendo de las suyas, los saeteros llegarán a estar alguna vez más claros que los Padres Santos, entonces habría que remover Roma con Santiago.

¿Qué aquí, en donde ese lenguaje andaluz y universal llamado flamenco escribió muchas de sus páginas más gloriosas, que aquí, en donde se ubica una de las Peñas Flamencas más antiguas de Andalucía, que es tanto como decir de España, que es tanto como decir del mundo; que aquí, en donde tuvo su cuna la malagueña; que aquí, en donde nos dieron celebridad El Canario, y Los Pena, y Juan Trujillo “El Perote”, y tantos otros; que aquí, en donde según escribiera Pepe Navarro, los naturales de este bello pueblo, por la gracia de Dios y del cielo que los cobija, tienen en sus gargantas los trinos reunidos del ruiseñor, el canario, la alondra y la calandria; que aquí se va a quedar mi Burrita, y mi Virgen del Amparo Auxiliadora, y mi Huerto, y mi San Juan, y mi Virgen del Amor, y mi Crucificado, y mi Piedad, y mi Santo Entierro, y mi Virgen de las Ánimas, y mi Señor de las Torres, y mi Virgen de los Dolores Coronada, y mi Soledad, y mi Resucitado… sin una saeta que llevarse al alma, con lo que yo los quiero?

SAETAS

Yo quisiera ser saetero
para hacerte una saeta
y en ella mandarte entero
mi corazón de poeta.
Una saeta enhebrada
con el hilo de mi vida
para coser esa herida
que te rasgó la lanzada.
Saeta de puntas finas
mojada en sangre de amores
para bordarte unas flores
en lugar de esas espinas.
Saeta para llagar
al corazón que te ofende.
Saeta para inflamar
y hacer que el mundo se incendie.
Saeta para volar
cuando ya sienta la muerte;
y atravesar, sin manchar
las nubes, para ir a verte…

————–
Ramón Cué Romano, S.I.

Por esa calle por la que los siglos bajan y los muertos suben, o subían hasta hace poco…,viene mi Cristo (aunque parezca un contrasentido), que da gloria verlo y una pena infinita.

Sorteando esquinas y estrecheces, sobre trono de claveles rojos, y en ese preciso y precioso instante en que la tarde ya no es tarde ni la noche es noche todavía…,¡da gloria verlo! ¡Qué instantánea más excelsa si no viniera el pobre “crucificaíto”! ”Crucificaíto”, porque los hombres confundieron amar con odiar y verdad con falsedad.

Vosotros, queridos estudiantes, que lleváis sobre vuestros jóvenes hombros al mejor de los “nacíos”, aunque ahora vaya muerto, sois los únicos capaces de darle al mundo un giro de 180 grados cambiando falsedades por verdades, y odios por mil amores. No olvidad, que la Semana Santa no es para que desfile solamente por el itinerario oficial sino para que impregne todos los recovecos de nuestra vida, ¡que buena falta nos hace!

Decía ayer Baltasar Gracián aquello de que “el hombre es el peor de los animales porque a todos excede en fiereza”, y manifiesta hoy sin tapujos la ilustre escritora Ana María Matute que ha perdido prácticamente la fe en el hombre, por lo que a implantar un reino de amor sobre la tierra se refiere. Si me permitís unir mi voz a las de tan egregias figuras, yo os digo que tengo también pocas, pocas, poquísimas esperanzas. ¡Poquísimas! Pero, sin vosotros, ¡ninguna!

Queridos estudiantes: ¡qué bien acompañado va el Crucificado esta noche de Jueves Santo! ¡Pero mejor acompañados vais vosotros!
Por eso, mecedlo como si fuera dormido…ya viene muerto, pero hace tan sólo unos instantes:

YA SÓLO VE EL PARAÍSO

Sobre un calvario sembrado
de claveles encendidos,
marcha clavado en la cruz
con parsimonioso ritmo.
Más que doliente, traspuesto;
más que inquieto, serenísimo;
y más que lleno de muerte,
con la gloria por testigo.
Lleva la expresión tan dulce
como el candor de los niños,
aunque ya se le dibujen
los azules y amarillos.
Con la mirada hacia el Padre
camina tan abstraído,
que la cruz es blando lecho
para el cuerpo malherido.
Y ya ni siente los clavos
ni siente tanto suplicio,
ni la corona de espinas
ni la sangre que ha perdido.
Sobre un calvario sembrado
de claveles encendidos,
muy cerquita, en lontananza,
ya sólo ve el Paraíso…

———

San Juan Evangelista se convirtió, junto a Pedro y su propio hermano Santiago El Mayor, en testigo de excepción en momentos tan claves como la Transfiguración del Tabor y la Agonía de Getsemaní; y fue el único discípulo que estuvo al pie de la Cruz cuando pronunció Jesús aquellas memorables palabras:

Mujer, he ahí a tu hijo.
Hijo, he ahí a tu Madre.

Aquel San Juan de carne y hueso fue “el discípulo a quien Jesús amaba”; el San Juan de Álora es amado y hasta tal extremo por Alfonso Pérez Almodóvar y Antonio Calderón Osuna, que ambos refundaron la Cofradía al desmembrarse de la de Dolores. Luego se le engarzó como preciada joya artística un trono de caoba, y se le incorporó la imagen de María Santísima del Amor para elevar la noche del Jueves Santo aloreño a cotas de mayor esplendor de las que ya tenía. Encomiables logros que ahora acrecentará seguramente su actual Hermano Mayor Francisco Martos.

Observo en esta procesión, y en otras, que está tomando carta de naturaleza el uso de esa prenda femenina de incalculable valor sentimental como es la clásica mantilla española, la cual, recogida primero en peina y dejada caer después sobre los hombros, no sólo realza la belleza innata de la mujer española sino que se convierte, también, en sólido castillo de su querer. Se están dando cuenta las mujeres de Álora de que vestir la mantilla española es, además de un privilegio, la mejor forma de mantener viva una de nuestras más preclaras señas de identidad.

Ojalá que en un próximo futuro se pueda decir que, en Álora, las procesiones desfilan, además de precedidas de largas filas de nazarenos, religiosamente acompañadas por un cortejo de mantillas.
Por eso, a vosotras, mujeres aloreñas, os digo: llevadla como estandarte de sano orgullo y como cruz-guía de la fe que alojáis en vuestra alma; llevadla por las calles y plazas de rancio abolengo, y por esas otras más humildes; llevadla con empaque, con duende, con solera, con estilo, con garbo, con donaire…
¡Pero, sobre todo, mujeres aloreñas, llevadla con amor!

CANTO A LA MANTILLA ESPAÑOLA

Magna prenda que acrisola
en su imagen peregrina,
gentileza que fascina
con donaire de española.
Ella es mágica aureola
y es cual dolorido canto
que a modo de regio manto
esconde entre los ramajes
que borda con sus encajes
un suspiro al Viernes Santo.

Es severa y es graciosa;
altiva como una reina
al descender por la peina
de la mujer más hermosa.
Ella es la prenda gloriosa
que amor litúrgico entraña.
Y cual generosa hazaña
de su triunfante destino,
enmarca el perfil latino
de las mujeres de España.

———
Maruja Montañés Campos
Málaga, 1983.

La DESPEDÍA es una ceremonia de tan indescriptible belleza que hasta el mismísimo Padre Santo de Roma, de conocerla, la recomendaría.

El próximo día 29, Jesús, que vestirá de morado, Paracas y pesada cruz como siempre (y este año de Cristóbal Morales), y Dolores, que lo hará de pena, de negro y de Legión (y este año de Diego Trujillo), volverán a arrodillarse hasta tres veces a la señal convenida del maestro de ceremonia. Y el pueblo vitoreará, exultará y llorará a lágrima viva.

A la pregunta secular de ¿quién ha ganado?, se suele contestar, escribir o pregonar, cada año, que los dos. Visto bajo el exclusivo prisma del amor, sí. Mas, como tal ceremonia, no; pues esas son frases más o menos hechas, más o menos bonitas, pero que no se ajustan a la verdad.

La DESPEDÍA, en su aspecto físico, se convierte en una perfecta conjunción de ritmo y movimiento, en donde las exactitudes matemáticas y, sobre todo, geométricas juegan un papel preponderante, y en donde factores como la bizarría de los hombres de trono, los reflejos, la sincronización de movimientos, la agudeza visual, la estatura, la juventud y la práctica contribuyen decididamente a que uno de los Sagrados Titulares suela hacerlo con un grado de perfección algo mayor que el que tiene enfrente. Desde luego que un jurado neutral establecido al efecto daría en muchísimas ocasiones empate técnico; pero, en otras, el veredicto se inclinaría hacia una u otra imagen; aunque, eso sí, con levísimas oscilaciones, porque aquí en la reválida de la DESPEDÍA, el año que menos, sacamos todos sobresaliente.

Concluidas las genuflexiones, María, transida del mayor dolor, permanece en uno de los ángulos de la Plaza Baja, mientras su Hijo se aleja por el primer tramo de la Calle Ancha sobre los fornidos brazos en alto de los Paracas y a un ritmo y a unos acordes tan enfebrecidos, que, a mí, desde pequeño, ese enloquecido “baile” me produce agudos escalofríos, al hacerme no sólo tilín-tilín sino talán-talán, y hasta tolón-tolón.

— Adiós, Hijo.
— Adiós, Madre.

Y el Hijo regresa a ese recinto, histórico y sagrado, en donde todos o casi todos tenemos o hemos tenido algún muerto que confunde su memoria con el polvo.

Llegado este momento, quisiera tener un recuerdo especialísimo de profunda gratitud por los hombres de trono de las distintas cofradías que efectúan en Semana Santa su recorrido procesional y, principalmente, por aquellos que elevaron la ceremonia de la DESPEDÍA no solamente a la categoría de amor sino también a la de arte. Dejando bien sentado que hombre de trono no es el que esporádicamente satisface un capricho personal sino el que, metiéndose debajo de él cuando era casi barbilampiño, ya continuó durante lustros y décadas; el que comenzó su singladura en Bachillerato y no cesó hasta después de finalizados sus estudios universitarios; y el que recibía el bocadillo que le llevaba su novia y ahora además del bocadillo, le lleva a unos preciosos churumbeles, fruto de su matrimonio, para que vean a su padre desfilar.

En una palabra: hombre de trono es el que se ha hecho hombre debajo de un trono.

Pues, a todos ellos, a los vivos y a los muertos: ¡muchas gracias valientes!

La PIEDAD según Álora es el grupo escultórico del malagueño Dueñas Rosales, tallado sobre cedro natural, réplica de esa otra imagen a la que se le ha dado culto en nuestra ciudad durante cincuenta y dos años, y, por consiguiente, réplica asímismo de la obra colosal de Miguel Angel.

En la remozada Iglesia de la Veracruz, el dramatismo de la Piedad es cada día como un clavel desangrado. Pero en la tarde-noche de cada Viernes Santo la impresionante quietud de la talla cede paso al movimiento sobre trono de Paco “El Cantúo” y bajo la sabia dirección de su Hermano Mayor Francisco Manuel Mancera. Y el misterio de la Piedad se va haciendo Evangelio doloroso según las calles de Álora…
No tarda en caer desde cualquier balcón o a pie de trono el eco lastimero de una saeta:

Aunque se llame Piedad,
piedad tenedle por Dios;
que una espada de amargura
le atraviesa el corazón.

Mientras desfila, me quedo reflexionando en aquellos 33 valientes que, encabezados por Miguel Estrada Sánchez, elevaron la Piedad (antes Silencio) a la categoría de Cofradía. 33, como ese número que dicen que nos hacen repetir los médicos al auscultarnos; 33, como dicen los gitanos que eran las tonás flamencas; 33, como eran los años de Jesús al subir al patíbulo. 33 valientes que, sin tener un duro ni un trono que llevarse a los hombros, pudieron iniciar sus desfiles procesionales, porque ahí estaba Dolores, como siempre, para echar una mano.
A pesar de que el 33 sea ya un número memorable en vuestra particular historia cofradiera, no os pido que tengáis que ser siempre necesariamente 33, sino que, seáis los que seáis, sigáis desfilando como lo venís haciendo desde 1993: en el anonimato que confiere la faraona.

EL NAZARENO

Ya viene allí el nazareno
de austeridad franciscana,
sin más ambición ni orgullo
que Jesucristo y sus llagas,
o que esa Virgen silente
de dolor transverberada.
Tapando cualquier resquicio
a vanidades mundanas
para que, en estado puro,
exhale su aroma el alma.
No sé si es de tez morena
o tiene los ojos malvas;
si es sureño, negro, payo
o si de raza gitana;
si trae sonrisa a flote,
o vieja pena tatuada
con mil heridas que el tiempo
—que se queda aunque se vaya—
en vez de cicatrizar,
rabiosamente enconara.
Del nazareno que viene
con la cara bien tapada
desconozco tantas cosas…
Pero sé que siente y ama.
¡Qué suerte ser nazareno
de los de cara tapada!

———–

Sobre majestuoso catafalco salido de los Talleres Ruiz Martínez, la talla del SEPULCRO es patética, desgarradora. Cuatro velones por todo exorno proyectando tenue luz sobre un Dios muerto, cuya anatomía tallaron, marcaron y hasta dislocaron en alarde creativo unas manos de auténtico artista.

“Si el grano de trigo no cae a tierra y muere, no da fruto”. Sin embargo, no queremos trato con la muerte. Según el Vicario Parroquial de Álora “es algo con lo que contamos pero en lo que no pensamos”; y según el Obispo de la Diócesis “algo que hemos reducido a simples esquelas mortuorias en un apartado discreto del periódico”.

Sobre la muerte de Jesús escribía el Párroco de Álora, haciéndose eco de un artículo publicado por un teólogo de nuestros días: “Está claro que a Jesús no lo mataron porque fue bueno o porque predicó el bien, sino porque puso al descubierto las raíces del mal”.

Yo, mientras desde la baranda de la Calle de Atrás veo desfilar la procesión patética pero majestuosa del SEPULCRO, acompañada por todas las autoridades locales, me quedo pensando en que a Jesús lo mataron simplemente:

Por predicar la verdad,
por darle vista a los ciegos
y a los presos libertad.

¡Pero mirad quién viene por allí! Desde el gótico flamígero de la Capilla de las Torres — y en el quincuagésimo aniversario de su desfile procesional – viene el dolor hecho Virgen, “La Señora de los muertos” como bien la definiera el pregonero del año pasado, la última talla de Navas Parejo que hubo de acabar uno de sus hijos, el ojito derecho de Juan Díaz Bravo (verdadero artífice de la enorme popularidad de esta dolorosa), y, según ese eterno albacea y maestro del exorno floral que es Juan Guerrero Durán, la imagen a la que él compara con una de esas artistas a las que les cuesta llegar a la cumbre del triunfo, pero que finalmente lo consiguen.

Pintoresca y acertadísima comparación la suya, ya que, de ser “La Abandoná”, se ha convertido en la reina de los corazones de Álora (de todos los corazones, pero fundamentalmente de los menos favorecidos en este gran teatro que es el mundo).

Porque es color de pajuela, y rosa de pasión, y callejuela sin salida del desconsuelo, y pecho en carne viva que se desangra en amores…, permítanme que les diga una verdad como una catedral: sin la Virgen de las Ánimas, la Semana Santa de Álora sería ¡menos Semana Santa!

Existen dos tipos de soledades: la que buscamos, y aquella otra que nos sale al paso como lobo traicionero.

María viene de riguroso luto y con una soledad a cuesta que pesa mucho. Ni una caricia, ni un halago, ni el candor oloroso de una rosa agradecida, ni el Hijo único de sus entrañas porque ya duerme en sus carnes el sueño frío de la muerte. Con los ojos abiertos mas sin ver, viniendo así como si no viniera…, viene más sola que la una.

Sola con tu soledad
vertiendo lágrimas puras.
Y en tu camino de sal
nadie derrama una luna.

Por estas fechas, las madres malagueñas solían contarles a sus retoños la leyenda del bandido Zamarrilla, el cual, viniendo una noche de una cita de amor por las intrincadas calles del Perchel y sintiendo ya a la justicia pisándole los talones, no tuvo mejor escondite para escapar de ella que el manto de la Amargura, conocida popularmente como La Zamarrilla. Cuando al fin se vio libre, deseando agradecerle el gesto a aquella imagen y no teniendo nada a mano a no ser la rosa blanca que horas antes le había entregado la moza de sus amores, la prendió en el pecho de la Virgen, fijándola con su propio puñal y trocándose ésta al instante roja como la grana.

Admirado el bandido Zamarrilla ante el portento, se arrepintió de su azarosa vida, pidiendo ingresar en un convento antequerano, del cual se ausentaba sólo una vez al año precisamente para ofrecerle a aquella Virgen salvadora una rosa roja el día de su desfile procesional.

Y termina esta hermosa historia-leyenda contándonos que un año le asaltaron en el camino unos malhechores para robarle, los cuales acabaron dándole muerte. Y ocurriendo de nuevo el milagro, pero a la inversa: la rosa roja que portaba se volvió blanca en su mano, como señal inequívoca de que le habían sido perdonados sus pecados y de que había alcanzado la salvación definitiva.

¿Que por qué les cuento esta leyenda? Por tres razones:

  1. Porque, como maestro de escuela que soy, creo que sería buena pedagogía el que, por estas fechas, los padres les relataran a sus hijos, como hacían antaño, los pasajes bíblicos más significativos y alguna que otra historia-leyenda, como la que acabo de narrarles.
  2. Porque fue precisamente esa Virgen de Zamarrilla la que, años ha, recibiera culto y veneración en este templo bajo la advocación de Virgen del Amparo.
  3. Porque, ante esa maraña de soledades que a veces nos va tejiendo la vida, deberíamos buscar refugio bajo los pliegues del manto de alguna “dolorosa” para poder sentirnos allí como náufrago que llega a puerto de salvación. ¡Y qué mejor manto para ello que el de esta bendita Virgen, afortunadamente todavía nuestra (todavía nuestra digo) y que se llama SOLEDAD!

A pesar de que los imagineros españoles y, sobre todo, andaluces se hayan prodigado, especializado y recreado en “nazarenos”, “crucificados” y “dolorosas”, el momento cumbre de la Semana Santa no es otro que el que representa la piedra descorrida del sepulcro, pregonando voz en grito: ¡aquí estaba, pero ya no está!

En Álora, el cierre apoteósico de la Semana Mayor lo tiene, desde 1.994, ese Cristo esbelto de enjutas carnes morenas, obra del salesiano Enrique Herencia, y cuya morenez resalta aún más sobre el contraste de sus vestiduras blancas.

RESURRECCIÓN

Que ya los cimborrios
de las altas cúpulas
exulten de gozo,
de luz, de aleluya.

Que ya en los hangares
del solemne olvido
dormiten los sables
por siglos y siglos.

Que ya sobre el pecho
no haya más blasón,
ni más gallardetes
que los del amor.

Que ya los sepulcros,
vacíos, repitan
que, al cabo, la muerte
ha sido vencida.

Que ya las campanas
con su eterno son
le anuncien al orbe
que: ¡ RESUCITÓ !

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