20 abril, 2024
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XVI Pregón de la Semana Santa de Álora (2012)

Pronunciado por Lucas González Rengel

Excmo. Sr. Alcalde-Presidente de nuestra hermosa villa de Álora.

Iltmo. Sr. Cura Párroco.

Sra. Hermana Mayor  y Junta de Gobierno de la Real, Sacramental e Ilustre Hermandad y Cofradía Real Sacramental E Ilustre Hermandad y Cofradía De Nazarenos  De María Santísima De Los Dolores Coronada Y Soledad

de Nazarenos de María Santísima de los Dolores Coronada y Soledad.

Sres. Hermanos Mayores y miembros de las Juntas de Gobiernos de las Corporaciones Penitenciales de nuestro pueblo.

Sras. y sres. cofrades… en fin, queridos amigos que me acompañáis en este emotivo acto.

Amigo presentador: Te quedo enormemente agradecido por tus palabras hacia mi persona…

Son muchas las personas que pasan por mi mente en estos momentos: Familiares, amigos ausentes. Pero, deseo dedicar este Pregón de nuestra querida Semana Mayor a unas entrañables personas, muy entrañables para mí: mi cuñado Pepe, mi amigo cofrade Rafaelín, uno de los “culpables”de que yo sea un doloroso, don Francisco Ruiz Salinas (el cura Paco), y mi admirado Diego Mamely. Este, en una ocasión me dijo que en los actos públicos no se debía llegar al corazón de las personas nombrando a los queridos seres ausentes. Perdóname Diego, pero no he podido, ni he querido hacerte caso en esta ocasión.

Como he dicho anteriormente, queridos amigos: Ya comienza a oler a Semana Santa.

La verdad es que la Semana de Pasión es un regocijo para los cinco sentidos:

Quizás el más reconocido sea el del olor. Olor a incienso, a cera quemada, a primavera,  es decir a azahar; incluso ya a altas horas de la madrugada podemos hasta oler la humedad del relente de la noche.

No le va a la saga la vista. Los relucientes alumbrados de los tronos, el juego de claro y oscuro producido al mecerse las velas, el colorido de las flores que adornan los pasos, de las túnicas de los nazarenos… Todas estas imágenes inundan nuestras retinas. Incluso hay momentos en los que se distorsiona nuestra vista con las lágrimas al ver pasar a nuestro o nuestra Titular.

¿Y qué me decís del oído? Escuchamos los diferentes compases de las bandas de música. Pero, hay además una música más natural. Si ponemos un poco de atención y agudizamos nuestros oídos, escucharemos el crujir  de las andas; o el de los varales al ser levantados y caer sobre los hombros de los portadores. Y en algunos pasos, el golpeo acompasado de las horquillas sobre el suelo.

También tiene su protagonismo el gusto. Recordad la cantidad y variedad de platos y dulces propios de estas fechas.

En cuanto al tacto, queda reducido a los más cercanos, a los portadores y demás personas que rodean el trono. Hay quien alarga las manos hacia los varales o hacia el trono, queriendo percibir las vibraciones de nuestra querida imagen, pretendiendo que la energía positiva que emana llegue hasta ellos.

Todo esto, junto o por separado, estas mil y una sensaciones,  se archivarán en nuestro cerebro y en nuestro corazón, y ni el paso de los años nos harán olvidarlas.

En la Semana Santa podemos destacar tres aspectos, muy diferentes, pero también íntimamente relacionados.

Por un lado tenemos lo tradicional, en cierto modo, lo festivo. Nos ponemos nuestros mejores atuendos y salimos a la calle a ver pasar las procesiones. Vitoreamos a nuestra Cofradía, a nuestro Titular. Discutimos sobre quién va mejor este año, qué banda nos gusta más, qué novedades presentan los pasos…

Por otro lado, la Semana Santa es el reencuentro. Reencuentro con amigos que viven lejos y que por estas fechas suelen venir a ver el desfile procesional de nuestro pueblo. O amigos que viven aquí pero que pasan los meses y no nos vemos. Puntos claves de estos reencuentros son la Fuentarriba, el Jueves por la tarde, cuando van haciendo sus entradas las bandas de música; el Jueves noche, viendo la bajada del Señor de las Torres y del Cristo de los Estudiantes, y las salidas de la parroquia de San Juan y la Virgen de los Dolores; y, cómo no, la misma Despedía.

Y el tercer aspecto es el de la Semana Santa  íntima, el de más fe. Podemos verlo representado en la bajada, desde su capilla de Las Torres, de la Virgen de las Ánimas, o en el absoluto silencio que acompaña a la Piedad o el Santo Entierro; y también, cómo no, en el desfile de la Soledad. Es decir: la noche del Viernes Santo.

La Soledad. Puede que sea la procesión que más me impacta. Y digo puede que sea… para que no se ofenda nadie. En varias ocasiones he llevado a hombros a la Soledad.

Recuerdo que el último año fue cuando murió mi padre. Falleció un Martes Santo y el Viernes tuve la “imperiosa necesidad” de portar a mi Virgen de la Soledad. Como en otras ocasiones me dirigí a mi buen amigo Manolo Bernal y cuando le expliqué mi deseo, aunque solamente fuera en un tramo del desfile. Me contestó con una sola palabra: “Hecho”. Y allí me vi, en unos de los varales traseros, casi tapado por el enlutado manto. Me propuse vivir esos momentos al máximo. Sentía el sordo sonido del tambor, que te llega al alma, el golpeo acompasado de las horquillas en el suelo, el olor a cera quemada, el murmullo de las oraciones de los acompañantes y penitentes… y por mi mente iban desfilando, una tras otra, imágenes de seres queridos, amigos y familiares… y, por supuesto, la de mi padre.

En estos días he leído mucho sobre la Semana Santa en las redes sociales, pero he sacado una frase, de un buen cofrade doloroso, que resume todo este apartado. Dice así:

…hay una Semana Santa íntima con recuerdos que se graban a fuego en los pliegues del alma…

Y la mejor demostración de esta religiosidad es la saeta, la oración en forma de “quejío”.

El Tránsito, de Diana Navarro.

Pero, vamos a volver atrás en el tiempo. Acompañadme, al menos con la imaginación.

Nos encontramos en este hermosísimo templo cuya construcción duró casi un siglo y  que fue consagrado por el obispo de Málaga don Bartolomé Espejo y Cisneros al final del siglo XVII, concretamente en el 1699, reinando su majestad Carlos II, el último rey de la dinastía de los Austrias, como podemos leer en el arco toral sobre este presbiterio.

Se tardó casi cien años en construirse porque se hacía a expensas del pueblo.

Tan aloreña es esta bella y hermosa iglesia que hasta las piedras que se utilizaron para su construcción fueron extraídas de un lugar típico de nuestro pueblo, de los alrededores de la Fuente de la Manía.

Este templo tenía su sillería de coro, como las que hoy podemos observar y admirar en muchas catedrales. Allí, entre las cuatro últimas columnas se ubicaba el coro bajo. No el que todos, o casi todos nosotros, hemos conocido  sobre el atrio de la entrada de la puerta principal, donde el sacristán Vicente, o su hijo, nos deleitaba con las melodías de aquel anticuado órgano. Allí, como digo, entre las cuatro últimas columnas se sentaban los numerosos religiosos que por entonces había en Álora. Siguiendo a don Antonio Bootello en sus Apuntes Históricos, en 1751 eran 25 los presbíteros. Y eso sin contar los 17 frailes franciscanos del Convento de Flores. Incluso a finales del siglo XIX, nuestro pueblo contaba con 15 sacerdotes.

Demos riendas sueltas a nuestra imaginación y tratemos de trasladarnos a la Semana Santa de, por ejemplo, mediados del siglo XVIII. ¿Se imaginan ustedes cómo serían las distintas ceremonias en este sagrado recinto? Aquí, sobre el presbiterio, los celebrantes. Allí, en el coro, el resto del clero entonando cánticos religiosos. Y entre ambos, el pueblo. Y el templo solamente alumbrado por velas y lámparas de aceite. ¿Se imaginan cómo serían los Santos Oficios? ¿Y la misa del Sábado de Gloria? Tendría que ser algo apoteósico, indescriptible; sobre todo en el momento de anunciar la Resurrección de Cristo.

Cantos gregorianos.

Pero no solamente se celebraban actos litúrgicos en el interior. ¿Se han fijado que esta iglesia tiene un balcón sobre la puerta principal? Es una característica que no se encuentra en otras edificaciones religiosas, excepto en la catedral de Jaén, quiero recordar. Pues bien, desde él, desde el denominado “balcón de los Beneficiados”, éstos y los señores curas,  contemplaban los actos religiosos que tenían lugar en la plaza, como los Autos de Pasión. Cuentan que los coadjutores, sacristanes y acólitos ocupaban la ventana del archivo y las del campanario. Y conforme al ritual acostumbrado, se iban representando los sucesos más notables de la Pasión de Jesús. Estos Autos, según nos relata don Felipe García, en nuestro pueblo los llamaban  “pasos”. Posteriormente a la representación, se realizaba la procesión por las calles más cercanas.

Pero, el decaimiento del espíritu cristiano hizo que los señores curas y demás personas piadosas tomaran la decisión de acabar con las mencionadas representaciones, como nos cuenta el mencionado don Antonio Bootello.

Desde aquí os pido, hermanos cofrades, que no volvamos a caer en esos mismos errores y que tengamos muy claro que lo profano debe separarse de lo religioso. A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César.

Y al mismo tiempo, os ruego que cuidemos de este sagrado lugar, de esta nuestra pequeña catedral, así como de la capilla de Las Torres, que es lo que nos queda de la antigua parroquia. No dejemos que se deterioren. Luchemos porque se restauren los desperfectos, antes de que sea demasiado tarde.

¿Debemos potenciar lo tradicional, lo folklórico? Sí. Al fin y al cabo es una entrada de dinero para nuestro pueblo; es fomentar la economía local.

Pero, lo que no hay que echar en el olvido es el aspecto religioso. El porqué de la Semana Santa, que no es otro que rememorar la Pasión y Muerte de Jesús.

¿Qué os parece si revivimos algunos hechos de la Pasión, trasladándolos  a nuestro pueblo?

Poned atención. ¿No escucháis a alguien llamando?

  • ¡Miriam, Miriam… que se llevan a tu hijo a crucificarlo!

Grita una vecina, con voz entrecortada por el ahogo y el esfuerzo de querer llegar cuanto antes.

  • Pero, ¿qué dices, mujer? Si Pilatos le daba por inocente.
  • El gobernador no quiere problema con el Sanedrín y se lava las manos en este asunto.

Y María coge rápidamente su manto, se cubre la cabeza y sale a la Plaza Baja, y ve solamente el gentío, su Hijo ha pasado ya. No sabe qué hacer ni a dónde ir. Mirando a su alrededor, buscando a alguien conocido que le pudiera indicar algo, se encuentra a Juan, el discípulo más joven y posiblemente el preferido de su Hijo.

  • Juan, dime, ¿a dónde lo llevan? ¿por dónde va?
  • Sígueme mujer, yo te guiaré.

Y van recorriendo las calles, como pueden, pues la muchedumbre es numerosa y no les deja paso libre. Así pasan por la calle La Parra, la Fuentarriba…

  • Juan, ¿le ves? Dime algo.
  • No, mujer, la gente me lo impide. Espera, parece que ha doblado la esquina hacia la Vera Cruz. Sigamos.

Entre lamentos ante la impotencia de no poder ir más deprisa por hallarse tantísima gente por las calles, María sigue a Juan por el Callejón, la calle Convento, la plaza y la calle Santa Ana. Pero no llegan a alcanzar la comitiva. De nuevo vuelven hacia la Plaza Baja.

  • ¿Por qué este rodeo? ¿Qué pretenden? Dime Juan.
  • Seguramente quieren que el pueblo aprenda y se dé cuenta de lo que puede pasarles a ellos si siguen sus enseñanzas. Pero, estoy seguro que la reacción va a ser al contrario, todo esto nos hará más fuerte, y nos servirá de ejemplo. Tanto sufrimiento no puede caer en saco roto. Ven, sígueme, nos adelantaremos a ellos si cogemos por la calle Zapata y la calle Bermejo.

Y cuando por fin le alcanzan en la Plaza Baja, María se arrodilla ante su bien amado Hijo y le dice, entre sollozos y secándole la sangre que le baja por el rostro producida por la corona de espina y los golpes recibidos.

  • ¿Qué te han hecho, Hijo mío? No es justo. ¿Por qué te tienen que hacer esto si Tú nunca hiciste nada malo, si eres la bondad personificada. ¿A dónde te llevan? ¿No se conforman con todo el sufrimiento que te han hecho pasar? Te ataron a aquella columna, se mofaron de ti diciéndote que si eras tan poderoso que hacías resucitar a muertos y curar enfermos, por qué no lograba escapar.

Un soldado le aparta a un lado y golpea a Jesús para que siga caminando. Pero unos pasos más adelante vuelve a caer. Y María, sin importarle nada las anteriores amenazas del soldado (¿qué madre no pone en riesgo su propia vida por su hijo?), vuelve a enjugarle el rostro con su manto, y sin dejar de llorar, se pregunta una y otra vez:

  • ¿Por qué a Ti? .

Jesús no le responde, no le quedan fuerzas para contestarle. Solamente la mira. Pero, arrodillado ante ella, con esa mirada, esa dulce mirada, le transmite todo el amor de Hijo que siente por ella. Nuevamente el soldado la aparta sin ningún tipo de contemplaciones y dirigiéndose a Jesús le ordena que siga caminando o de lo contrario…

Jesús da unos pasos vacilantes y vuelve a poner rodilla en tierra. Esta vez María tiene que zafarse de las manos de Juan que la sujetaba y de rodillas ante su Hijo implora piedad, entre sollozos y gritos de angustias. Jesús, haciendo un esfuerzo le dice, con voz entrecortada:

  • No sufras, Madre, que mi sacrificio es por el bien de la Humanidad.

Estas palabras le resuenan a ella de “despedía”. Entonces un soldado romano la aparta, echándola hacia un lado y golpeando a Jesús; y dirigiéndose hacia ella, le amenaza, le encomienda que no vuelva a acercarse o tomará represalias sobre Él.

En ese momento, el gentío se interpone entre la Madre y el Hijo. Y esta ve cómo la comitiva se aleja cada vez más, en dirección al monte, situado casi en las afueras del pueblo. El monte de la Calavera, llamado así, posiblemente, porque hubiera sido un lugar de enterramientos, un antiguo cementerio.

El camino para penetrar en los sufrimientos del Hijo es penetrar en los sufrimientos de la Madre. «, dijo en una ocasión el cardenal Newman. Y es verdad, allí, a los pies de la cruz, María vive en sus propias carnes el dolor de su Hijo. Siente como un puñal le atraviesa el corazón. Como cualquier madre, se sentía morir de dolor y querría ponerse en el lugar de su bien amado Hijo.

Y, pasado un tiempo, se lo devuelven muerto. Y María, que es la Piedad personificada, abraza el cuerpo sin vida de su Hijo y entre llantos y gritos de dolor, repite una y otra vez…

  • ¿Por qué a Él? ¿Qué ha hecho de malo? ¿No fue bastante azotarlo como si fuera un malhechor, burlarse de Él y humillarlo? ¿Por qué le han tenido que dar muerte en la cruz?

Unos amigos le ayudan a trasladar el cadáver. Preparan el cuerpo para su inhumación. Le ponen aceites, aromas… y lo envuelven en una sábana.

Mientras tiene lugar los preparativos, cuando ya se van acabando las lágrimas, María no para de relatar pasajes de la vida de su Hijo. Recuerda lo acontecido cuando la persecución de Herodes y la huída a Egipto; el mal rato que pasaron cuando se perdió en el templo y no dieron con él hasta el tercer día; la cantidad de cosas buenas que hacía, como curar a enfermos, ayudar a los más desamparados; su entrada triunfal en Jerusalén a lomos de una pollina…

  • Todo comenzó, relata, en el Huerto de los Olivos, donde fue apresado por los soldados mandados por la autoridad. ¿Qué le ocurriría allí? ¿Qué experiencia tuvo que pasar para que le cambiara la expresión de su dulce rostro? Como su madre que soy, me di perfectamente cuenta.

De vez en cuando abraza a su Hijo y le acurruca entre sus brazos, como cuando era pequeño. Y rememora la sonrisita de su rostro y la cara de bondad que le ponía cuando ella iba a reprenderle por alguna travesura propia de la edad.

Y volvía de nuevo a preguntarse, una y otra vez, entre lamentos y sollozos, si no tuvieron bastante con los sufrimientos y tormentos que le causaron…

¿Por qué le mataron si Él era la suprema inocencia y la bondad infinita?

Llegada la hora del sepelio, María acompaña el cuerpo inerte de su Hijo a través de las calles del pueblo. Y con Ella, amigos, discípulos… van alumbrando el camino al Santo Entierro hacia el sepulcro. Son momentos en los que la Doliente se siente acompañada hasta de las Ánimas Benditas. Después, tiene que dejarlo allí, solo. Y su dolor alcanza límites insospechados.

Se le ha visto enlutada  y en completa Soledad, recorriendo las calles, con esa expresión de tristeza y dolor, como ausente. ¿Cómo creen ustedes que se encontraría una madre que hubiera pasado por un hecho tan luctuoso? Pero el pueblo de Álora nuevamente le alumbra el camino y la lleva, después de un tortuoso recorrido por las calles, a su casa, al templo del Señor.

Y al cabo de tres días de sufrimiento, estando acompañada de sus amigos y de los amigos de su llorado Hijo, le llega la buena nueva.

Con voz entrecortada, entre llantos de alegría y la incertidumbre sobre lo que había pasado, María Magdalena le relataba:

  • María, íbamos como es costumbre en nuestra tierra, a visitar la tumba de tu Hijo cuando la hemos encontrado abierta y vacía. Y a la vuelta le hemos visto.
  • ¿Cómo que le habéis visto? Contadme.
  • Sí, María. Nos acercamos a Él, con intención de comprobar que era cierto lo que veíamos, cuando nos dijo que no intentáramos tocarle.

Y la Buena Nueva se extendió por todo el pueblo. Y la gente, aquel domingo, salió a las calles y con gran jolgorio iba relatando lo acontecido y entre oraciones y cánticos iban gritando: ¡Jesús ha resucitado! ¡Aleluya!

Campanadas

Amigos: Así es como siento la Semana Santa y así os la cuento. Quizás, me haya podido exceder en imaginación. Si lo creéis así, perdonadme. Pero, lo que le pasó a María, los sufrimientos, el dolor de María… son los que puede sufrir cualquier madre que pierde un hijo. La Pasión y Muerte de Jesús fue una gran injusticia.

Por desgracia, los seres humanos, los llamados seres racionales, seguimos cometiendo injusticias, como son el permitir que haya gente que no tienen qué comer, que haya personas sin hogar, que haya niños que no tienen más remedio que buscarse la vida en basureros y no pueden ir a la escuela, que haya campesinos que den su vida por sacar algo que llevarse a la boca de unas estériles tierras, que haya persecuciones a gente simplemente porque piensa de forma diferente a la impuesta. En definitiva, que haya tantas injusticias en el mundo.

Por todo esto, hermanos cofrades, es por lo que la labor social que venís haciendo, ayudando a tantos necesitados, se ha de multiplicar todo lo que se pueda. Lo mismo que rivalizamos en conseguir que salgan lo más hermoso posible nuestros titulares, rivalicemos también, siempre en el buen sentido del término, en las funciones sociales que cada cofradía y hermandad lleva a cabo.

Amigos, disfrutemos de esta ya cercana Semana Santa. Propaguemos nuestra Semana de Pasión. Pregonemos la Semana Santa que llevamos en nuestros corazones.

Y por último, queridos amigos, pido que la Pasión de Cristo y por ende los dolores de su Madre María, hagan que el dolor ajeno no nos sea indiferente. Así sea.

MUCHAS GRACIAS

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