Hace algunos años, una noticia me impactó de forma especial: unos soldados habían sitiado el lugar donde Tú naciste, Jesús. Un alto dirigente palestino, amparándose en lo que ese lugar significaba, se había refugiado allí. Me impresionó y me hizo pensar: Bombardeos, atentados suicidas, odio, intolerancia…formaban parte del paisaje cotidiano de los lugares en los que transcurrió tu niñez. Otro día, un niño moría en brazos de su padre que, impotente, trataba de protegerlo con su propio cuerpo, del tiroteo cruzado que tenía lugar en una de las calles por las que transcurrió tu vida; pero nadie dejó de disparar y el niño murió ante nosotros, su vida se fue apagando y todos lo pudimos ver desde nuestras casas; nos horrorizamos, sentimos el dolor del padre, pero el mundo siguió girando. Es triste pero el dolor y el sufrimiento forman ya parte de nuestras vidas, comparten mesa con nosotros, nos hemos acostumbrado a convivir con lo que la escritora americana Susan Sontang denominaba “el dolor de los demás”.
De todo ello, no sólo me impresionaron los hechos, ya de por sí desgarradores y de difícil solución, de hecho, hoy, varios años después, continúan sin encontrarse soluciones factibles que pongan fin a esta lucha de tantos años, me impresionó también el lugar donde éstos ocurrían, era tu tierra, era el lugar donde Tú naciste, y pensé, no con ánimo de moralizar ni culpar a nadie ¡quién soy yo para hacerlo! , sino con verdadera tristeza y quizás recordando el título de la novela del escritor griego Kazantzakis, que, de nuevo, te estamos crucificando Señor. Se te crucifica con la intolerancia, con el fanatismo, cuando cegados por el odio, no se quieren escuchar las palabras que hablan de Paz y se rompe toda posibilidad de diálogo y se continúa con una lucha sin razón; cuando hay alguien, ya sea pueblo o persona, que se siente superior y con más derechos que los otros por causa de raza, ideología creencias, sexo… y trata de hacer valer esos supuestos derechos por medio de la fuerza, por medio de la violencia ya sea verbal o física. Cuando despreciamos y nos sentimos superiores, cuando alguien cree tener derecho sobre la vida de los demás.
La humanidad, a pesar de los grandes avances en los campos científicos, tecnológicos, medios de comunicación … no ha sabido aprender de sus errores y sigue tropezando una y mil veces con la misma piedra; pensaba que se había llegado a un grado de conocimiento, de concienciación y sensibilidad que haría imposible cualquier involución en el terreno de los derechos humanos y que la Paz era un deseo común de todos los hombres, pero, por desgracia, no es así y vemos como el hombre no hace caso a la Razón y se deja llevar por fanatismos de toda índole, por el deseo de ser más, de tener más sin importarle el precio ni las consecuencias.
Sí, te crucificamos de nuevo, Señor. Porque Tú eres ese niño de cuerpo escuálido y cubierto de moscas, barriga hinchada y un ¿por qué? sin respuesta en los ojos, que muere de hambre en África o en cualquier parte del mundo. Tú eres ese niño que trabaja por un mísero salario en condiciones de esclavitud, para mantener a su familia. Tú eres también esos niños que viven en la calle (Brasil, Colombia…) y son carne de cañón desde que vienen al mundo. Sí Tú eres un “menino da rua”, un niño de la calle y, como ellos, sobrevives en las calles y basureros de las grandes ciudades.
Eres ese sin techo que duerme bajo cartones, al que ya nada parece importar, todos sus recuerdos y su vida guardados en un sucio hatillo, expuesto no sólo al frío de la noche, sino también a la crueldad, a la gélida frialdad del corazón del hombre, que a veces, no sólo no se conmueve con su situación, sino que se ceba en ella, utilizando su dolor para divertirse.
Señor, Tú vienes también en patera o cayuco y cruzas el estrecho buscando un mundo mejor, soñando un paraíso que no encontrarás y muchas veces te ahogas, otras, si has tenido suerte, te devuelven a tu país, las ilusiones y el dinero perdidos, quizás una deuda que tu familia tardará toda una vida en pagar, y vuelta a empezar. Viajas también en un camión camuflado con la mercancía, hacinado con otros que ,como Tú, quieren escapar de la miseria, o te desgarras las manos intentando saltar una valla que te separa del mundo con el que sueñas; no hay sitio para todos y hay tanta pobreza. Eres esos refugiados, desplazados por las guerras que lo tienen que dejar todo y marcharse con lo puesto. Eres un “espalda mojada”; Tú vienes a la “madre patria” con la esperanza de una nueva vida y trabajas a destajo en los viveros, en la obra, vendes en puestos ambulantes por las ferias de los pueblos…Tú eres un “vendedor de rosas” y sientes que la vida es dura y que la realidad no se parece a tus sueños.
Tú eres también ese hombre o esa mujer que bebe porque no ha podido superar los sufrimientos de su vida, y del que los vecinos ya murmuran. Y eres esos enfermos y ancianos a los que nadie visita, que sienten que nadie los quiere porque han dejado de ser útiles. Tú eres esa mujer maltratada y a veces, demasiadas ya, asesinada; y eres también sus hijos, sus familias, te duele su dolor y aún queda en tus ojos el reflejo del miedo de los hijos, doblemente doloridos. Eres, Señor, ese hombre maduro que ha perdido su trabajo, y que, cansado de buscar, vuelve cada día a su casa con las manos vacías y se siente acabado.
Eres los hombres y mujeres a los que el terrorismo silencia, mutila, mata; eres sus familiares y amigos y sientes la impotencia y el dolor con ellos, Tú sabes bien lo que es ser perseguido, Señor. Ellos tienen que callar aunque, en silencio, sueñan que algún día serán libres.
Sí, Tú eres todos ellos, porque eres todo aquel que sufre, en la cara de todos ellos te veo, por eso Señor, aunque me emocionan tus imágenes, y me duele tu sufrimiento( el sufrimiento que veo reflejado en ellas), y me duele tu corona de espinas y me pesa tu cruz, Jesús, y quisiera aligerarte el peso y ayudarte a llevarla en tu camino hacia Las Torres , y veo en ellas al hombre que fuiste y me doy cuenta de la grandeza de tu sacrificio; y me sobrecoge el dolor de tu madre cuando pasea su Soledad y su tristeza por la calles del pueblo( nada duele más que un hijo) y cada Viernes Santo, me entristece el alma el dolor de la Despedía. Pero también cada día me conmueve más el sufrimiento de los hombres. Porque sé que Tú así lo quieres.
Marisa Segura Zamudio Álora, 2009
Cabecera: Cristóbal Lobato Martínez