En dos mil once la Parroquia de Álora tuvo dos bajas sensibles: mi padre y Antonio Muñoz Martínez -compañeros de fatigas y buenos amigos- partían al Reino de los cielos. Así relató mi hermano Antonio Jesús la llegada a la eternidad de dos figuras emblemáticas en el Boletín de la Virgen de Flores.
Cuando el día llegaba a las doce de la noche y casi empezábamos la Festividad de la Virgen de Lourdes, mi padre volaba en silencio hasta el Cielo para unirse al coro de los Ángeles y cantar a nuestra Madre y Patrona y contemplar eternamente la Hermosura de su Rostro.
Pero la Virgen de Flores, viendo que el coro de los Ángeles quedaba incompleto, quiso llevarse también a nuestro inolvidable amigo Antonio Muñoz, precisamente el Día de la Virgen de Fátima.
¡Qué providencia que dos almas tan marianas y tan amantes de la Virgen de Flores dejaran esta Tierra para resucitar en el Cielo junto a Ella en la Fiesta de dos advocaciones tan conocidas para los cristianos.
Dos almas que se unieron desde pequeños en la Fe y en una misma creencia; que rezaron tantas veces ante el Santísimo Sacramento; que participaron de la Adoración Nocturna, siempre como el centinela del Evangelio con sus lámparas encendidas; que cantaron tantas veces en el coro a la Gloria de Dios : “Venid adoradores adoremos a Cristo Redentor…”,y a la Madre tan querida: “Toma Virgen Pura nuestros corazones, no nos abandones jamás, jamás…”, o también “…Quiero estar con ellos, Virgen llévame; contigo en el Cielo, colmado mi anhelo,¡ qué feliz seré!”; dos pilares de nuestra Iglesia parroquial, dos amigos que crecieron en el Atrio del Templo y respondieron a la voz de las Campanas de nuestra Parroquia cada vez que los llamaba; que aportaron su granito de arena en el Consejo Parroquial y en la Junta de la Virgen de Flores; que…Tantas y tantas cosas que ellos sabían y que la Virgen lo conocía.
Uno de pasos ligeros como mi padre, otro de lento caminar como Antonio; el primero con ímpetu y con carácter, el segundo con serenidad y sosiego; mi padre con la mirada expresiva te lo trasmitía todo; Antonio con la mirada profunda lo entendía en plenitud; el primero astuto y decidido, el segundo prudente y humilde; los dos eran los platillos de una balanza que sabían poner el peso en el momento oportuno, en la circunstancia concreta, con la persona adecuada.
Dos almas que supieron luchar con desvelo por la Hermandad de la Virgen de Flores, desde la buena voluntad, con sus limitaciones como humanos que eran, pero con dos corazones muy grandes donde solamente cabía la necesidad del prójimo, en quien veían a Dios, y la excelsitud de la Virgen de Flores.
Ellos se despedirían en este Mundo de nuestra Madre cantándole con el corazón y diciéndole que nunca la olvidarían porque, ciertamente, fue nuestra Patrona el amor de sus vidas, que les impulsó a trabajar en la Tierra y en la Iglesia como buenos cristianos.
Nosotros tampoco les olvidaremos y vivimos con la Esperanza de que se han convertido en dos lamparillas perpetuas del Sagrario que siempre se mantienen vivas, para recordarnos que Jesús está presente entre nosotros, “que Dios está aquí…”, y que el mejor camino para llegar hasta Él, con toda la seguridad, es el que escogieron ellos: la Virgen de Flores. Seguiran alumbrándonos desde el Cielo hasta que todos gocemos de la misma Luz de la Resurrección.
Cada vez que te recemos Madre, pensando en ellos diremos:
Tú sabes Virgen de Flores
que dos ángeles tiene Dios:
Paco Lucas, el Incansable,
y el de noble Corazón,
que para verte en el Cielo
creyó en la Resurrección.
¡Que sus cenizas descansen
junto a Ti y junto al Señor!
Al otro lado del pueblo,
con sencillez y discreción,
te espera con mucho anhelo
tu amigo Antonio Muñoz
para que Tú no estés sola
¡Bendita Madre de Dios!
bajo tu Manto Divino
suban al Cielo los Dos.
Antonio Jesús Carrasco Bootello
