26 abril, 2024

Escribir

El otro día me instaba un buen amigo -uno de esos probados amigos-  que le siguen leyendo a uno que escribiera algo sobre la  hornacina que desde hace tanto tiempo existe junto a la carretera de Álora a Málaga, a la izquierda, según se camina hacia Pizarra. Para él, fantástico y tradicionalista, es un renovado milagro la conservación de este minúsculo monumento, que apenas levanta unos palmos sobre la tierra, cuidado desde su nacimiento con cariñosa generosidad, siempre blanco de cal reciente. 

La hornacina recuerda, según creo, una catástrofe ocurrida en sus inmediaciones, allá por los comienzos del siglo pasado. Varios carros cargados de pólvora y municiones explotaron allí, y causaron la muerte inmediata de los soldados que los conducían. Es de suponer que el hecho produjera honda consternación en la comarca. Y para su constancia se levantara esa exigua lápida, que se viene cuidando con tesonera y pulcra dedicación por manos que mi amigo no solo desconoce, sino que quiere seguir ignorando para que no se deshaga el misterio.  Ver más 

Muchos de los que por allí pasan y saben de esta historia siguen dejando, sobre el recuerdo de los protagonistas del suceso que la antigua hornacina rememora, su oración o su saludo. 

Y… no se me ocurren más cosas sobre el tema. Pero como he empezado a escribir y no voy a dejar el artículo así de raquítico, seguiré adelante como Dios me dé a entender. 

A los que no somos más que francotiradores de las letras, pobres menestrales, que ni contamos con preparación, porque no la hemos recibido, ni con inspiración, porque no la merecemos, nos ocurre con frecuencia que no hallamos materia ni motivo para encauzar un simple artículo periodístico. Y encima, cuando alguien nos da pié, nos permitimos el lujo de agotar el tema en cuatro patadas. Una pena.

Escribir es para muchos, más que una profesión u oficio, más que una distracción, más que el remanso de un “hobby», veneno o vicio que se va arraigando cada vez con más fuerza y peligrosidad.

Pero escribir es también – ¿nace o se hace el escritor? – cuestión de entrenamiento, porque el vicio es producto de sucesivas repeticiones. Cuando se deja ociosa la pluma durante una temporada, cuesta, cuesta después volverla a poner a tono, aunque en nuestro caso sólo sea a ese tono menor del que nunca logré salir.

Hay ocasiones en que escribir es como si sintiéramos caer en nuestro interior el chorro de una fuentecilla locuaz y confidente, y nos dedicásemos a ir metiendo la traducción de su susurro en el molde de nuestras palabras. Otras, como ahondar y ahondar en un secarral, sin esperanza de inmediata compensación. Digo de compensación inmediata porque parece que ese trabajo nunca resulta improductivo, según afirman los entendidos. Como el leer. Pemán recomienda mucha lectura a los que se dedican o piensan dedicarse a escribir, pues al final aflora siempre esa preparación.

Casi todos los que triunfan en un quehacer -y, por supuesto, en el de las letras-  pueden hablarnos de esa dura etapa de sus comienzos, difícil y anodina, gris y trabajosa, pero fecunda y necesaria. Esa etapa a la que un amigo llamaba, con cierto gracejo, “opaca época épica”.

Para quienes tienen clase, el  artículo periodístico -la obra artística, en general-, como el harpa becqueriana, esté en cualquier rincón, ignoto para la mayoría, esperando solo el golpe de pedernal que encienda en él la luminaria que le descubra y ponga de relieve su fisionomía.

Por otra parte, incluso para los consagrados, Les es fácil o difícil escribir? Nos sorprende enterarnos de que Cela, por ejemplo, como dice Carlos Martinez Barbeito, sea un hombre de “escribir y tachar, escribir y tachar, escribir y tachar”, cuando nos regala con ese estilo pleno de naturalidad, llaneza y casticismo. 0 de que, como cuenta Alonso Zamora, Valle Inclán declamara los párrafos que iba redactando  y no los diera por buenos hasta que le sonaban bien. O que Churchill copiara hasta seis veces los discursos que iba a pronunciar.

O que Gironella nos confiese su repetida y penosa odisea amanuense previa a la publicación de “Un millón de muertos”. Me figuro que el escritor sentirá a veces como si alguien, detrás de él], a fuerza de ayudarle a mover su pluma, le fuera sustituyendo poco a poco. Es el delito de la inspiración. Pero otras se creerá un burdo peón de brega, irredimible y fracasado, con la carga de su ideal sobre su alma y sobre su Vida. Alegría y pesadumbre, gloria y servidumbre de la vocación. 

Naturalidad, espontaneidad, sencillez, llaneza -“que toda afectación es mala»- no quieren decir facilidad y ausencia de esfuerzo y sacrificio, aunque haya quien confunda estas cualidades con ordinariez y chabacanería. 

Otras veces el escribir resulta una imperiosa necesidad, un urgente desahogo. Pero cortando tanta divagación, y reconociendo honradamente el aprieto en que desde un principio me he visto para confeccionar este artículo, pues creí que no encontraría motivo para su discreta sustentación -“que no hallara consonante”-, démosle ya por terminado y concluso con este último párrafo. “Contad si son catorce…»

 

5 de abril de 1970 

JUAN CALDERÓN RENGEL 

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