19 abril, 2024
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Primer Pregón de la Semana Santa de Álora (y II)

El guion marcha, pausada y lenta. La trompeta, castiza y penetrante, con su toque tan familiar, que ha convocado a los hermanos: pura fórmula folklórica, porque los hermanos no necesitan de sonoros avisos, pues son fieles a la cita que se dan de un año para otro. El himno nacional, y los nazarenos se alinean en dos largas filas, con sus cirios encendidos. Y al final, imponente y majestuoso, en espléndido trono – talla y oro-, nuestro Padre Jesús.

Túnica morada, bucles de pelo negro, espinas en la sien, cargado con la cruz “cargado todo de penas”, diríamos mejor con Lucas Fernández, “con la cara ensangrentada”, está popular imagen -obra de un artista aloreño-, ¡ cómo atrae y conmueve a los que nacimos en este rincón! Cuatro varales y varios hombres portando el magnífico paso, encendido de luces y flores. Campanillas de mayordomos ordenando la procesión que empieza a subir, como un rosario de moradas y luminosas cuentas, hacia el centro del pueblo.

Entrada en la plaza y recorrido por la Fuente Arriba. Apoteosis popular. Las manifestaciones del pueblo tienen, a veces, para los espíritus demasiado refinados y pulcros, repetidos motivos de desaprobación. Pero penetrando en la intención – qué es lo que vale- cambia el concepto. Se impone la saeta en el recorrido de alabanzas y veneración. Aquella mujer del pueblo que piropeo a Jesús “bendito el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron”, y el gesto de la Magdalena perfumando, en silencio, los pies cansados del Divino Maestro son para mí dos estilos de saetas, ambos populares y sentidos; uno, de incontenible sonoridad; otro, de místico silencio.

Álora, tierra pródiga en cante, es generosa también en saber los ofrecer a Nuestro Padre Jesús Nazareno. El cante “jondo” abundante cual ninguno en recursos sentimentales, intérprete de tragedias personales y humanas, al comprender el objeto de la pasión “drama universal, divino”, adorna a la saeta de las joyas más preciadas de su rico patrimonio: martinetes, “seguiriyas”… Y así se nos presenta la saeta en Álora en estos días: Invitándolos a la meditación y a la comunión en el dolor, con su sabiduría y su bagaje de experiencia. Revolotea en el ambiente grave, ya en arrullo barroco y argentino, ya en redoble severo y ancestral. Impulsiva y generosa, no a guarda muchas veces la llegada de la imagen para hacer su ofrenda, sino que sale a buscarla y se prende en ella, como su mejor acompañamiento, con la inefable esperanza -cuál golondrina de la tradición- de deshacer en delicado simbolismo coronas de sufrimientos.

La procesión entra en la calle Erillas. La calle Erillas tiene en semana santa, en el recorrido de sus curvas y estrecheces, el privilegio de la familiaridad. Se me figura que el señor descansa en ella con la complacencia que lo hacía en el hogar de Betania. Con estas concesiones en el obligado reposo. La calle Erillas es, al par, meta de menor cuantía y base de organización del regreso.

Momento emocionante del encuentro de Jesús y María. Estamos haciendo este humilde pregón de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno; pero aquí en este primer encuentro oficial con la Hermandad de la Virgen de los Dolores -porque si no lo hiciera quedaría manco el pregón- clavo mi bandera y elevo me saludó emocionado – dios te salve, maría…- a esta señora enlutada que ha venido siguiendo a su hijo, detrás de su Hijo Redentor, ella Corredentora. Y mi saeta también sentida a la Madre Dolorosa, tan humilde, tan bella, tan sufrida: ¡bendita tú, todas las mujeres!

La procesión vuelve a la parroquia – fuente Arriba abajo, calle Sotomayor- para entrar en otras típicas y estrechas, te prestan al paso el embrujo y el encanto de su intimidad. El recorrido por las de zapatos y Bermejo es, además, recuento de momentos triunfales. La imagen de Nuestro Padre entra en el templo, entre voces expertas del mayordomo de trono y plegarias e himnos que se diluyen en el aire tibio de la madrugada.

Mañana del viernes santo. La trompeta vuelve a anunciar la salida de Jesús. La trompeta de esta cofradía tiene también, como toda la hermandad, su sabor añejo y centenario. ¡Cuántas veces no nos habrá despertado su sonar y que regusto y deleite al oírla! El hermano que la ha venido tocando desde hace muchos años es una institución en la cofradía! Fervoroso hermano este cofrade entusiasta. Ya no puede con la trompeta; pero sigue aportando su constante; laboriosidad, humilde y abnegada, en otros quehaceres. ¡ Quién sabe si ella en la otra vida, cuándo para el haga funcionar el señor la balanza de la justicia y le aplique el módulo de su misericordia, no tendrá también suceso favorable esos trompetazos nidos y arpegios que ha venido arrancando con su garganta, perdidos en el ambiente sereno de la primavera.

Mañana del Viernes Santo y “Despedía” son en Álora concepto sinónimos porque hasta la misma procesión, tanto de una como de otra hermandad, es otra cosa que preludio de ese acto, lleno de emotividad.

Siempre me ha gustado más el Nazareno en la mañana del Viernes que en la noche del jueves. ¡Qué sé yo porque! La procesión del Jueves es más severa, más ordenada quizás. El viernes por la mañana – extraña paradoja- nos resulta más alegre. Señores, no es irreverencia; pero cada uno da lo que tiene en este torneo de generosidad. Y en esta tierra, cargada de aromas y colores, de reflejos y alegrías, ¿Por qué no ha de servir también de camino conmemorativo de la pasión? Y ocurre que, vencidos por el ambiente, se nos queda momentáneamente el pensamiento en el exterior, sin penetrar en lo que las imágenes representan ni en lo que se está conmemorando. Hasta que, de pronto, volvemos a sentir el dolor de la tragedia y a meditar en la cruz. Y estas escapadas involuntarias de nuestro espíritu, y estos regresos voluntarios al objeto de nuestra meditación, creo yo que son los que nos dan a la mañana del Viernes Santo Aloreño el tono de claroscuro de silencio y sonoridad que le caracterizan. ¿Que la procesión, a esas horas, se desarticula un poco? ¿Que no se guarda la alineación en los penitentes ni el orden es muy perfecto? Exteriores. Porque, decidme: ¿cómo están los corazones de estos hermanos? Alineados y compactos en torno a sus imágenes. Y eso es lo que puntúa. Porque nunca como ahora sienten los penitentes de moradas túnicas el orgullo de su hermandad y el prestigio de su ejecutoria.

Fuente Arriba abajo, el Nazareno repite el recorrido de la víspera. Calle Bermejo adelante, a desembocar en la plaza. La plaza es un hervidero, un hormiguero humano. Aloreños y forasteros ocupan posiciones. Los balcones que la circundan ya están abarrotados. Jesús nazareno, en un extremo, espera la llegada de su madre para hacer la ”Despedía”. La Virgen entra despacio, entre aclamaciones e himnos. Las bandas de cornetas y tambores entrecruzan sus marchas en el ambiente. Poco después, María frente a Jesús. Rostros pálidos y demudados. Los nervios, dueños y tiranos de la situación. El hermano que va a dirigir el acto, entre trono y trono, los brazos en cruz, para ordenar lo inconcebible. Porque inconcebible es lo que ocurre en la plaza baja de Álora – y lo que ha venido ocurriendo desde hace más de un siglo- en este acto de la “Despedía”. La “Despedía” nos puede a muchos. Conmigo ha podido ya. Y aquí, en la esquina de la calle Bermejo, me quedo esperando su terminación, porque tampoco soy capaz de describirla.

Mientras Jesús va subiendo hacia las torres, cara la plaza, la virgen, al pie de la calle ancha, le contempla en su subida. Los hermanos de Jesús acompañan a la imagen cariñosamente, extenuados por la emoción, pero sin césar en sus manifestaciones de entusiasmo.

Y aquí, señor, vuelves a tu ermita para permanecer en ella otro año entero (¡qué poco tiempo estás aquí abajo!), te hago yo también mi despedida. Mi despedida y mis peticiones. Aquí. Mientras los que te llevan a las torres, antes de colocarte en tu hornacina, entre rodillazo y rodillazo, entre plegaria y plegaria, te van encomendando a los hermanos que se fueron, a aquellos que te acompañaron en estas Semanas Santas, qué tan intensamente sentían los motivos de esta solemnidades; que terminaban -muchos de ellos- con sus hombros sangrantes, pero alegres y satisfechos, porque te había hecho recorrer las calles de tu pueblo en triunfal recorrido. ¡ cuántos penitentes, señor, nazarenos de los tuyos hay enterrados contigo, sin posibilidad de regreso!

Señor: Qué es entusiasmo de tus cofrades, esos trabajos, esas Despedías, ese estímulo que anima a los que te siguen, tengan en la otra vida su medida y su valor.  Otra petición: No dejes de darnos cruces para parecernos en algo a ti; pero danos también con ellas un leve reflejo de tu paciencia infinita; para saber la llevar con fruto. Sí, tú señor, nuestro poderoso y voluntario Cirineo.

Jesús nazareno, que desde ese histórico castillo en ruinas presides a este pueblo que te venera: Termino suplicándote que sigas manteniéndonos, estrecho y cerrado, el cerco de tu misericordia. ¡ Qué mejor cerco que esté, Señor! Que nos rindamos todos a ti, sin condiciones ni compromisos, sin esas concesiones al egoísmo, a la murmuracion, al miedo al qué dirán. Sin tantas escapadas con las que pretendemos burlar tu santa ley. No levantes el campo, Jesús, para que así, bajo el control de tu mirada, vigilante y poderoso centinela, puede este pueblo que te viniera a seguir llamándose con propiedad, haciendo vida de verdad el verso de su romance, “Alora, la bien cercada”.

Juan Calderón Rengel

Semana Santa 1959

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